lunes, septiembre 09, 2013

DEMOCRACIA: ¿SORTEO O ELECCIÓN?

 Si echamos un vistazo a los escritos de Harrington, Montesquieu y Rousseau, independientemente de sus preferencias políticas, coinciden en una cuestión epistemológica clara: constituir el poder a partir de sorteo es propio de las democracias mientras que la elección de cargos es más afín a formas aristocráticas. Para estos autores las llamadas democracias actuales serían más bien formas representativas de gobierno de carácter aristocrático, a menudo llamadas repúblicas. Los revolucionarios franceses y los padres de la nación de EE.UU tenían clara esta diferencia. ¿Por qué entonces incluimos hoy a la antigua polis ateniense, donde predominaba el sorteo, y a los gobiernos representativos electos en la misma categoría política? La respuesta no es fácil, y habría que analizar el discurso político de los últimos 200 años, pero adelantamos dos pinceladas. Tanto el sorteo como la elección se oponen al gobierno por herencia propio del antiguo régimen, y esto paredce hermanarlos. También el desafortunado título del libro de Tocqueville “La democracia en América” abundó en la confusión de los términos. 
La democracia antigua no implicaba que todos los cargos se obtuvieran por sorteo. En la antigua Atenas se combinaba el sorteo con la elección de magistrados, pero dando prioridad al sorteo. De 700 magistrados alrededor de 600 lo eran por sorteo. Se prefería la elección solamente en algunas áreas  especializadas como la militar y la financiera. Así, los jefes del ejército y los contables públicos eran elegidos. 
Puesto que tenemos muchas razones para pensar que los antiguos atenienses no eran tontos, ¿qué mecanismos utilizaban para neutralizar los posibles inconvenientes del azar en la asignación de cargos? Primero dos de tipo general. La rotación, que posibilitaba que los ciudadanos atenienses pudiesen ejercer como magistrados una sola vez en la vida durante un año (con la excepción de la boule o consejo que debido a cuestiones demográficas podían ser dos veces). Y la naturaleza colegiada de las instituciones democráticas. Existían otros mecanismos preventivos antes, durante y después de la asignación del cargo. Antes del mandato existía el voluntariado, que permitía una forma de autocensura, ya que los que no se consideraban a sí mismos capaces no se presentaban al sorteo. La docimasia, una especie de examen de aptitud que permitía eliminar a los bandidos y a los locos; y el ostracismo que permitía inhabilitar temporalmente a un ciudadano considerado como peligroso: cada ciudadano podía designar a otro y el más votado era alejado de la vida política durante diez años. Durante el mandato, los magistrados eran revocables en todo momento por un voto de la Asamblea. Al final del mandato, los magistrados debían rendir cuentas y tal acontecimiento era seguido de recompensas honoríficas o de sanciones eventualmente severas. El riesgo de sanciones hacía que se presentasen al sorteo menos voluntarios potencialmente peligrosos para la democracia. Incluso tiempo después del mandato dos procedimientos de acusación pública permitían encausar a ciudadanos presuntamente culpables: el  graphe paranomon y la Eisangelia, uno para reexaminar una decisión de la Asamblea (se podía castigar a un ciudadano que hubiera inducido con sus argumentos a adoptar un proyecto a la asamblea que resultara perjudicial para la polis), y el otro permitía acusar a un magistrado de una acción política o de un presunto delito que lesionaba los intereses de la ciudad, como una corrupción o un complot. 
En resumen. La elección presupone que se puede confiar en la virtud de algunos ciudadanos. Se confía en los mejores, de modo que los mecanismos de control son mal vistos. Mientras que el sorteo asume los conflictos y las imperfecciones individuales. Desconfiar del poder se considera virtud política y por tanto se prevén controles en todas las etapas.
Tras esta escueta reflexión me surgen dos dilemas:
¿Seguimos desprestigiando el sorteo como una fórmula loca de designar gobernantes o lo dignificamos fijándonos en el modelo griego? ¿Seguimos llamando democracia a los modelos electivos o rescatamos el genuino nombre de gobiernos representativos?

Recomiendo a los interesados en el tema el extraordinario libro de Bernand Manin “Los principios del gobierno representativo"

También muy interesante el siguiente enlace donde Francis Dpuis-Déri, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Quebec, ananliza El espíritu antidemocrático de las "democracias" modernas.

5 comentarios:

Ángel Luis Alfaro dijo...

Hola Jesús, soy Ángel Luis. A ver: no es que se confunda "democracia" con "elección", relegando las cualidades democráticas del "sorteo"; lo que ocurre es que "elección" se identifica con "libertad" ("déjame hacer lo que yo quiera" -seguro que me equivocaré y elegiré a un "hijo de puta", pero será "mi hijo de puta"-), mientras que "sorteo" se identifica con "igualdad" ("o todos moros, o todos cristianos" -al que le toque, le habrá tocado, y como todos han tenido las mismas oportunidades, me conformo-). ¿A cuál de esos dos "valores" se da más valor? Podría ser que en las democracias representativas contemporáneas, se dé más valor a la libertad y menos a la igualdad. No obstante, hay instituciones que sí se eligen por sorteo, como el jurado; y nadie quiere serlo. Veamos ahí uno de los puntos clave del asunto: no es lo mismo hacer un sorteo o una elección para un premio que para un castigo. La democracia ateniense hacía elecciones para los castigos (el ostracismo).

Imaginemos que tenemos que diseñar un mecanismo de selección para un puesto que nadie quiere. ¿Qué es percibido como más justo? supongo que el sorteo (en las películas, el soldado o el preso al que le tocara la pajita más corta tenía que hacer una misión arriesgada). En cambio, para los premios (y un cargo político es percibido como un premio, cosa perversa, porque damos por supuesto que es un beneficio -corrupción, ambición, vanidad, erótica del poder-) parece que estimamos más justo premiar el "mérito", y el mérito hay que evaluarlo, juzgarlo, sopesarlo, priorizando candidatos, estableciendo perfiles que podrían ser incluso criterios objetivos ("el que la tenga más larga"). En Estados Unidos está establecido un sistema de exámenes ante el Congreso que deben pasar ciertos cargos a los que el Presidente desea nombrar, pero que deben someterse antes a tal evaluación, que puede descartarlos.

Yo me acuerdo de una anécdota de infancia. El maestro convocó un premio literario, y yo me presenté. El premio era una colección de tres libros. Curiosamente, nos presentamos tres alumnos; el maestro nos ofreció dos posibilidades: repartirnos los tres libros, o someternos a la votación de toda la clase. Fíjate cuán seguro estaba de mi superioridad, que yo insistí en que se votara, confiando en que así se dieran todos al mejor (que, sin duda por mi parte, tenía que ser yo). ¿A que adivinas?... exacto. Me pasó lo mismo que a Madrid 2020. Odi profanum vulgus.

Jesús Palomar dijo...

El término libertad es, como ocurre con tantos términos políticos, polisémico. Traigo a colación a Benjamín Constant y su libertad de los antiguos y libertad de los modernos; también a I. Berlin con su libertad positiva y libertad negativa. La libertad de los antiguos y la libertad positiva viene a ser la libertad política colectiva (el poder mismo o la participación en el poder) y la libertad de los modernos y la negativa se suele identificar con las libertades individuales. La cuestión es que la libertad política suele ser la garantía de las libertades individuales, pero esto haría que nos desviásemos del tema. Sorteo-igualdad versus elección-libertad no me parece un buen esquema para hincar el diente al tema. Es fácil también plantear el problema haciendo ver que ambos sistemas (sorteo y elección) son igualitarios: en el sorteo todos tenemos igual posibilidad de ocupar el poder y en la elección todos tenemos igual derecho a elegir a los gobernantes.

El sorteo en Atenas no era obligatorio. Esto es un matiz importante para desmontar la cuestión de que el sorteo es propio de los castigos y que en Atenas “se castigaba” a los ciudadanos a gobernar. El ostracismo era una excepción. El ciudadano debía querer entrar en el sorteo, y aun así, debía poder entrar (no estar acusado de atimia y superar la docimasia). Con todo, no faltaban candidatos. El premio eran honores y reconocimiento público (no sé si hoy este premio serviría, no obstante en mi opinión debería servir)

En otro orden de cosas, yo no hago en el escrito apología de uno sobre otro. Solamente me pregunto por qué el sorteo de cargos está tan desprestigiado (quizá sería bueno contar con él como una opción más. Bien utilizado, parece ser un método aceptable de nombrar a los servidores públicos o quizá a algunos más allá del jurado popular) y por qué y cuándo se empezó a identificar democracia con elección. Este último punto es una inquietud que reclama cierta investigación histórica más afín a tu disciplina (como ves, he dejado, por el momento la cuestión esencialista de lo que es o no democracia). Y hasta donde he podido saber (el libro de Bernand Manin) el término democracia asociado a elección es muy reciente. Curiosamente la elección se identificaba con aristocracia frente a su antagónica democracia identificada con el sorteo.

Anónimo dijo...

Que el sorteo es la mejor alternativa para que la democracia sea digna de tal nombre a mi no me cabe ninguna duda.
Os dejo un enlace que habla muy poco del sorteo pero que desmenuza nuestroa actuales regimenes representativoa. El articulo esta en frances pero no desperdicies la oportunidad de que os lo traduzcan si desconoceis el idioma. Es una joya http://bit.ly/174Q674

Anónimo dijo...

Se podría combinar las elecciones y el sorteo para que el ciudadano común y corriente, si quiere participar en política, lo pueda hacer sin necesidad de entrar a un partido político. ¿Por qué? Porque al entrar a un partido se tiene que someter a la disciplina del partido y pierde libertad. Con el sistema de partidos o "partidocracia", sólo unos cuantos se reparten el poder y son los que deciden al final, la vida del resto de ciudadanos. En otras palabras, el poder no nace del pueblo, sino de los acuerdos partidarios.
Muchas leyes se hacen a espaldas del pueblo, y ni siquiera le consultan las más importantes, como podría ser el aborto, la pena de muerte, los tratados internacionales a los que obligan al país, etc.

Anónimo dijo...

No estoy demasiado de acuerdo en que la elección de cargo mediante sufragio nos de más libertad, especialmente en las partidocracias como en la que vivimos. El problema está en que sólo tenemos la posibilidad de elegir entre un puñado de candidatos que han sido preseleccionados por los partidos. Pero incluso aunque tuviesemos un sistema de listas abiertas, dejaría mucho que desear. Hay varios motivos por los que el sufragio no es libre: 1) El sufragio favorece a los famosos, los ricos que se pueden pagar una campaña de propaganda, o los trepas que escalan dentro de los partidos. 2) La mayoría no conocemos a estos candidatos personalmente, sólo la imagen que nos venden los medios de comunicación. Y sin información fiable para decidir ¿donde está la libertad? Es como si me dan a elegir entre un filete fresco y otro en mal estado, pero no me dejan ver los filetes para elegirlos. 3) Como ya he dicho, el sistema se encarga de que sólo podamos elegir de entre unos pocos preseleccionados. 4) No tenemos ninguna capacidad de control sobre lo que esos candidatos hacen una vez elegidos. En resumen, más que libertad, yo veo una falta de ella

El sorteo, por el contrario, junto con un sistema de participación ciudadana, permitiría por un lado que cualquier ciudadano pudiese ocupar un cargo público, y por el otro nos daría voz y voto sobre todas y cada una de las leyes y tratados internacionales aprobados. Eso, para mí, es libertad.