domingo, marzo 05, 2017

SEXO, GÉNERO E IDEOLOGÍA


 La ideología de género afirma que la sexualidad de la mayoría de la gente no ha sido libremente elegida. La sociedad nos asigna nuestra sexualidad cruel y despóticamente cada día de nuestra existencia. Todo empieza con el desalmado pediatra que dice a la mamá embarazada que es un niño porque en la ecografía ve un pene. El sexo es una construcción social. De modo que debemos situarnos en un punto cero. Libres de influencias culturales. Incluso de influencias biológicas. Y desde ese punto cero, elegir nuestro objeto de deseo y nuestro modo de sentirnos. Sentirnos hombres con o sin penes y mujeres con o sin vulvas. Y elegir desear a una mujer, a un hombre, a un perro o a un gato. No solo es una opción, es nuestra identidad. Llamemos a estas opciones identitarias géneros.

Si desarrollamos este planteamiento son inevitables ciertas aporías y algunas perpeplejidades.

¿Elegimos lo que deseamos? Resulta que la sexualidad está marcada fundamentalmente por el deseo mismo. Y a poco que recapacitemos nos damos cuenta de que nunca elegimos el objeto de nuestro deseo. Si acaso, es el objeto el que nos elige a nosotros. No elegimos que nos gusten las lentejas o la paella. Solo podemos elegir si las comemos o no, que no es poca cosa por cierto. E igual ocurre con el sexo. No es una opción. No elegimos sentirnos atraídos por las mujeres, por los hombres, por los zapatos de tacón o por los uniformes masculinos. Por cierto, tampoco un hombre elige desear a otro hombre ni una mujer a otra mujer.

¿Somos lo que deseamos? Aun si nos ponemos filosóficos y admitimos que no sabemos muy bien quienes somos, sí sabemos que no somos lo que deseamos. Un mudo que desea ser cantante, no lo es. Un hombre que desea ser un perro, no es un perro. Un sargento que desea ser Napoleón, no es Napoleón.

Para liberarnos de las tiránicas imposiciones sociales la ideología de genero nos da la solución mágica. Hay que intervenir socialmente en colegios, en ayuntamientos, en la publicidad. De distintos modos y maneras. Primero enseñando amablemente, luego inculcando y, si es necesario, imponiendo. Todo sea para liberarnos del tiránico constructo social que nos esclaviza. Hay que obligar a la gente a ser libre. ¿Pero no estamos entonces como al principio? Resulta que nuestra identidad sexual dependerá entonces de otra construcción social: la que propone la propia ideología de género. Y es que si nos pasamos de listos volvemos a ser tontos. Porque si damos un giro de 360º estamos obviamente en el mismo sitio.

De modo que la antropología que la ideología de género nos propone resulta un galimatías. El ser humano autentico, el que debe elegir todo lo demás, es un ente puro, no contaminado por su biología ni por la sociedad. Una especie de punto imaginario en el espacio vacío que desea y desea a lo largo del tiempo. No sabemos qué es lo que le lleva a desear esto o aquello y, lo que es más curioso, ni siquiera sabemos quién es el que desea. Un extraño ente sin biología, sin lenguaje, sin historia, sin sociedad, sin identidad. En definitiva Nadie. Un nadie que desde la absoluta nada elige, pues, tener un género y por ende una identidad sexual.

Pero resulta que si admitimos esta conclusión, a pesar de las incongruencias que de ella se derivan, vamos a chocar inevitablemente con la otra cara de la ideología de género. Aquella que defiende la identidad femenina en virtud de la cual se practica una discriminación positiva. En este caso ser hombre o mujer no es algo elegido. Qué más quisiéramos. Los hombres nacemos hombres a nuestro pesar, y a nuestro pesar somos agresivos y maltratadores, y por eso debemos ser castigados por el Estado y la Ley más que las mujeres por idénticos hechos. ¿En qué quedamos entonces? 
Lo peor de la ideología de género no es que intente cambiar los usos y costumbres desde planteamientos estatalistas con veleidades totalitarias. Lo peor es que nos deja el cerebro hecho papilla si pretendemos entenderla o buscar un poco de coherencia lógica en sus proclamas.