viernes, marzo 18, 2016

ÉTICA DE EPICURO (2ª PARTE)


Para ver la primera parte del video cliquea en el enlace.

Epicuro fue un filósofo griego que vivió entre los siglos IV y III a.C. A los 35 años se estableció en Atenas, donde fundó su propia escuela de filosofía conocida con el nombre de El Jardín, famoso no sólo por la enseñanza de la filosofía, sino también por el cultivo de la amistad y por la participación, no sólo de hombres (como era normal en otras escuelas de filosofía en Grecia) sino también de mujeres. Epicuro tenía una visión hedonista de la vida. La palabra “hedonista” procede del vocablo griego hedoné, que significa placer. Y, efectivamente, para Epicuro la felicidad se reducía al placer y a la ausencia de dolor. Y es que, según Epicuro, todos los seres humanos buscan mediante sus acciones lo mismo: evitar el dolor y alcanzar el placer. La prueba de que algo es bueno es que produzca placer, y la prueba de que algo es malo es que produzca dolor. Sin embargo, Epicuro reconocía que esto no era tan sencillo, pues hay cosas o acciones, como por ejemplo una borrachera, que pueden producir un placer inmediato, pero luego la resaca pueden producir un dolor mayor. Igualmente hay cosas, como por ejemplo preparar un examen de matemáticas un domingo por la tarde, que pueden suponer dolor o sacrificio, pero que son necesarias para alcanzar un placer o un bienestar mayor y más duradero (la satisfacción de aprobar, por ejemplo, o la posibilidad de estudiar la carrera que deseo). En estos casos, ¿qué es lo que debemos elegir? Epicuro lo tenía bastante claro: hay que elegir siempre aquellas acciones que nos reporten un placer mayor y más duradero y que nos eviten la mayor cantidad posible de dolor. El secreto de la felicidad está entonces en el sabio cálculo de las consecuencias que se siguen de nuestras acciones, de cara a evitar la mayor cantidad posible de dolor y alcanzar el placer más duradero. Hay que insistir en que, para Epicuro, tan importante para la felicidad era alcanzar el placer como evitar el dolor. De ahí que, según él, ni banquetes ni juergas constantes dan la felicidad, si no van acompañados de la prudencia que no es otra cosa que el sabio cálculo de las consecuencias que se siguen de cada acción.

sábado, marzo 05, 2016

EL REY VA DESNUDO: ¿EDUCACIÓN O ENSEÑANZA?


El estado ofrece una escolarización gratuita hasta los dieciocho años. Pretende con ello servir a los ciudadanos en dos sentidos: una básica educación, que debemos entender como socialización y adquisición de buenas costumbres, y una enseñanza e instrucción excelente. Ambos fines son loables. Pero diferentes. Y, como veremos, hasta cierto punto incompatibles (no se pueden llevar a cabo a la vez, en el mismo lugar, con los mismos alumnos y con igual intensidad). Llamemos educación a lo primero y enseñanza a lo segundo. Dado que una buena educación es básica para poder recibir una buena enseñanza, es comprensible que el estado priorice la educación durante los primeros años de escolarización y se esfuerce en la enseñanza de calidad en los últimos. ¿Quiere decir esto que si educamos no enseñamos o si enseñamos no educamos? No exactamente, quiere decir que en la primera etapa sobre todo se educa y además se enseñará lo que se pueda. Se trata de llegar al menos a un mínimo educativo e instructivo igual para todos. Como hablamos de niños, no es extraño que este periodo de escolarización sea obligatorio. También en casa obligamos a nuestro hijo a comer lentejas aunque no le gusten, porque son nutritivas y buenas para la salud. Obviamente un niño debe ser tutelado. El procedimiento educativo fundamental habrá de ser la equidad. Cada uno es diferente, pero deben llegar a lo mismo. Los maestros deberán atender a las peculiaridades individuales de cada niño en la medida de los posible. La escuela debe estar atenta a muchos parámetros para que todos puedan llegar al ansiado mínimo que se propone el estado. Por eso los profesionales deben tener habilidades emocionales, conocimientos de psicopedagogía y hasta rasgos propios de un trabajador social, y es secundario que sean especialistas en un sesudo saber como la física o la matemática. Ahora bien, acabada esta fase de escolarización la enseñanza que propone el estado debe ser voluntaria. Esto es, debe ser un derecho. Y como todo derecho, el individuo en cuestión lo ejercerá o no si tiene la voluntad de ejercerlo y la condición necesaria para acceder a él: una titulación básica de su primer periodo de escolarización no es pedir mucho. No podemos llamar derecho a la enseñanza si ésta es obligatoria. Nadie llamaba a la mili derecho, sino obligación. Los profesionales deberán ser expertos en su área de conocimiento. Una enseñanza de calidad requiere licenciados, doctores o catedráticos. Esto es, especialistas en lengua, historia, física o matemáticas que sepan combinar los conocimientos con buenas dotes para la comunicación. Sustituimos entonces la equidad por la justicia. Los alumnos parten de lo mismo y bajo las mismas condiciones y oportunidades llegarán a lugares diferentes. Cada uno con su esfuerzo y capacidad.
De modo que tenemos dos cosas muy bien diferenciadas. Por un lado obligatoriedad, equidad y educación impartida por maestros, psicopedagogos y asistentes sociales. Por el otro, libertad de elección, justicia y enseñanza impartida por profesores expertos en conocimientos varios. ¿Podemos impartir un máximo de educación y de enseñanza de calidad a la vez durante casi los doce años de la escolarización gratuita que ofrece el estado? No. Aquí hay un problema elemental de máximos y mínimos. Si aumentamos uno de ellos se resiente el otro. Pongamos como ejemplo una carrera universitaria. ¿Si hacemos que la carrera de ingeniería de telecomunicaciones sea obligatoria, cuántos buenos ingenieros saldrán al final? ¿Y mutatis mutandis, cuántos médicos, historiadores o físicos nucleares? En una escolarización obligatoria se podrá a duras penas educar, pero nunca se alcanzará una enseñanza de calidad. De modo que el estado debe elegir la cantidad de años que dedicará a la educación obligatoria y a la enseñanza voluntaria, teniendo en cuenta que tenemos poco menos de doce en total.
¿Cómo están las cosas desde hace más de dos décadas en España? Veamos. El alumno está escolarizado obligatoriamente desde los cinco o seis años hasta los dieciséis. Esto son diez años. El periodo que el estado ofrece de enseñanza voluntaria es de menos de dos curso, pues  2º de bachillerato es más corto que los anteriores. Diez años de educación y poco más de uno y medio de enseñanza.
Lo curioso es que las autoridades políticas, la comunidad educativa y la sociedad misma se escandaliza de los ínfimos niveles de calidad de enseñanza que se revelan periódicamente en pruebas ad hoc o datos estadísticos sobre nuestros jóvenes estudiantes. Todos hablan o hablamos de las posibles causas: muchos alumnos por aula, poca inversión, profesores chapados a la antigua que no usan las nuevas tecnologías, etc. Pero nadie quiere ver la causa principal. Ésta permanece oculta en el lenguaje y en el pensamiento. Y a fuerza de no nombrarla ni pensarla, acaba por no existir. No se trata de que los factores señalados no tengan su importancia. Pero incidir en ellos mientras se oculta lo fundamental es, desde luego, una tremenda perversión. Un coche debe tener un parabrisas, tres retrovisores mejor que uno, incluso puedo discutir si es mejor pintarlo de blanco o de amarillo. Pero si nadie señala que el coche no tiene ruedas y sin ruedas no puede avanzar, las consideraciones anteriores son solo ganas de hablar. La enseñanza en España tiene las ruedas pinchadas por diez años consecutivos de educación obligatoria. En este punto solo podemos hacer dos cosas. Asumir que el estado ofrezca básicamente educación sin apenas enseñanza, lo cual debería de llevar consigo cierta tranquilidad de conciencia que evitase tanta protesta por la mala calidad de la enseñanza de nuestro sistema. O bien ajustar los tramos de escolarización gratuita que el estado oferta para que haya más tiempo de enseñanza y menos periodo de educación obligatoria.
Si optamos por lo primero deberíamos aclarar muchas cosas. En los actuales institutos sobramos profesores y faltan psicopedagogos y asistentes sociales. Es más, en lugar de uno o dos  psicopedadogos y cien profesores la ratio debería ser la inversa. Con que hubiese un profesor de ciencias y otro de letras que pudiera atender de vez en cuando a los alumnos, el ideal educativo mejoraría, y se paliaría así un poco la irritante contradicción en la que la comunidad docente vive desde hace años. ¿Tiene sentido quejarse de la calidad de la enseñanza si sabemos que la prioridad es la educación? Las tutorías no deberían ser excepción sino norma, es decir, la mayoría de las clases recibidas por los alumnos deberían ser tutorías y no clases magistrales sobre historia o matemáticas.
Si optamos por la segunda opción debemos rebajar la edad de enseñanza obligatoria. Podemos discutir hasta qué edad. Pero trece o catorce años a mi me parece razonable. De esta forma el periodo de enseñanza voluntaria aumentaría hasta casi cuatro años. Cuatro años donde el esfuerzo y la capacidad del alumno unido a profesionales bien formados expertos en sus respectivos conocimientos y un ambiente escolar adecuado, haría de cada alumno la mejor posibilidad de sí mismo.
Yo soy partidario de la segunda opción, pero entendería que la sociedad eligiese la primera. Lo que no entiendo es la confusión en la que andamos todos, y que este debate no sea público y natural en la comunidad educativo y en la misma sociedad. Alguien nos ha hurtado desde hace tiempo la posibilidad de hablar públicamente de ello y nosotros lo hemos consentido. El síntoma de las épocas oscuras es que la más elemental verdad resulta revolucionaria. En los institutos de Educación Secundaria Obligatoria hace tiempo que el emperador va desnudo. Decirlo en foro público es un mero acto de parresia.
Los que son partidarios de la segunda opción pueden admitir sin entrar en contradicción la existencia de institutos bilingües si creen que con ello se produce una selección de alumnos que hace posible que aumente la calidad de la enseñanza del Centro en cuestión o al menos para un grupo de alumnos, aunque sean escépticos en cuanto al aprendizaje del inglés o el alemán que en el Centro se imparte. Pero para los que creen en la primera opción tal admisión es incoherente por contradictoria. La equidad y la obligatoriedad casa mal con una selección del alumnado que se cuela por la puerta de atrás y que produce una diferencia de trato entre grupos de alumnos, pues admitimos entonces que a uno les damos educación y a otros enseñanza. El dilema es similar al que se produce cuando nos planteamos organizar los grupos del institutos según sus niveles académicos y de comportamiento. Tener clases con alumnos con buen nivel académico y sobre todo con un comprtamiento correcto junto a otras clases con alumnos díscolos que imposibilitan todo aprendizaje para el resto, será un planteamiento incoherente para los defenseros de la enseñanza obligatoria actual, pero no para los que son críticos con ella.