viernes, febrero 05, 2016

PODEMOS Y LA ABSTENCIÓN


Hace días que escucho en casi todas las tertulias políticas que a Podemos le interesan unas nuevas elecciones. Hoy leo una encuesta del CIS que dice que si se repitiesen las elecciones Podemos aumentaría el porcentaje de votos un punto y medio. ¿Qué quieren que les diga? No puedo creerlo. Aunque si creo que en el CIS y en muchos medios de comunicación, hay personas a las que les gustaría que lo creyésemos. En las últimas elecciones se infló el porcentaje de Ciudadanos en las encuestas. Quizá para frenar  a Podemos. Hoy toca inflar a Podemos. Quizá por que el peligro de que el monstruo siga creciendo puede hacer que el PP gane votantes. No sé. Las estrategias demoscópicas son a veces muy complicadas.
¿Por qué pienso que Podemos no crecería si se celebrasen nuevas elecciones? La misma noche electoral Pablo Iglesias comunica su irrenunciable defensa del derecho de autodeterminación y advierte que ningún pacto será posible sin contar con ello. Me quedé perplejo. Pensé que quizá era una sobreactuación provocada por la euforia postelectoral y que iría matizándose con el tiempo. Pero, hasta hoy, no ha sido así. Durante los días siguientes comprobé que la marca Podemos era un conglomerado de grupos heterogéneos con reivindicaciones nacionalistas más o menos radicales y que pretendían conseguir cuatro grupos parlamentarios en lugar de uno solo, como el resto de los partidos. O sea, que había un Podemos catalán, otro gallego, otro valenciano y otro del resto de España. Pasaban los días. Observé cómo Pablo Iglesias y los suyos, enconados en sus reivindicaciones nacionalistas, dificultaban una posible negociación con el PSOE. Sin duda una oportunidad única para influir con determinación en el futuro gobierno con dos de las, que yo pensaba, eran sus fundamentales señas de identidad: limpiar la corrupción, echando de paso al PP del gobierno, y la defensa de las políticas sociales. Dos asuntos que celebrarían, sin duda alguna, la mayoría de sus votantes.
Muchos que votaron a Podemos en la última cita electoral fueron votantes de IU en las anteriores. Algunos, desencantados de los dos grandes partidos tradicionales. Y muchos otros, abstencionistas de larga duración desengañados del sistema y afectados especialmente por la crisis económica. Para todos, Podemos significaba una última esperanza, algo nuevo. Podemos los despertó de un largo letargo con la golosina de la justicia social, que ahora parecía ir en serio, y la lucha contra la corrupción de la vieja casta política. Por eso pienso que si Podemos no aparca sus reivindicaciones nacionalistas y pone en su lugar sus políticas sociales habrá un sector de votantes de Podemos que estará muy, pero que muy cabreado. ¿Cree Pablo Iglesias que su votante medio en Extremadura, Andalucía, Madrid o Zaragoza está pensando en la autodeterminación de los pueblos? ¿Cree que le perdonarán su renuncia a intentar formar un gobierno con el PSOE anteponiendo el referéndum en Cataluña a los desahucios, los recortes y el paro? ¿Tiene sentido acaso que el partido de los pobres condicione su ayuda a los pobres a que Cataluña o el País Vasco, que son Comunidades obviamente ricas, tengan el privilegio de autodeterminarse? ¿Un parado de larga duración de Murcia que apenas puede pagar el agua y la luz entenderá la exigencia podemita de un ministerio de plurinacionalidad? Muchos de los que despertaron del letargo volverán a él desengañados, defraudados y asqueados. Se abstendrán.
Otro factor que no puede evadir ningún análisis es que es más que probable que Podemos no se presente conjuntamente con algunas de sus marcas nacionalistas. Ada Colau en Cataluña ha anunciado la creación de un partido propio, Compromis de Valencia se ha separado del grupo parlamentario e incluso Podemos de Andalucía reivindica su peculiaridad. También es muy poco probable que IU vaya con Podemos a las elecciones. Si han soportado la tormenta, sería inverosímil que se abrazaran a Podemos cuando viene la calma. IU a partir de ahora solo puede crecer.
En las últimas elecciones pensé que el nivel de abstención iba a ser muy bajo. Todos sospechábamos que eran unas elecciones muy diferentes a las otras. Daba la sensación de que en ellas nos jugábamos mucho. Y sin embargo la abstención fue solo un poco menor que en las anteriores. En 2011 el 28,31% y en 2015 el 26,8%. Increíble. La consiguiente conclusión fue que muchos de los tradicionales votantes de los viejos partidos ya no votan ni en situaciones excepcionales. Creo que estos votantes son ya irrecuperables para el sistema de partidos actual. En unas segundas elecciones cabe pensar que la abstención aumentará por este flanco. Sobre todo si Rajoy y Sánchez siguen siendo líderes. Dado que cabe esperar que aumente más todavía por el flanco de Podemos, como ya he explicado, posiblemente alcanzaremos record histórico.
La campaña electoral pasada fue una ilusión televisiva. Cuatro líderes nos hablaban, y hablaban entre ellos, con aparente sinceridad y sosiego. Se esforzaban en parecer simpáticos y decir en cada caso lo que queríamos oír. La partidocracia parecía estar en vías de renovación. Pero acabada la campaña, empieza la despiadada lucha por el poder que nos hace conocer desde la primera línea televisiva las tripas del sistema y las tripas de los partidos. Y las tripas nunca son agradables de ver. Cierto que ya las conocíamos, pero durante cuatro años a muchos les da tiempo a olvidarlas. En unas inminentes elecciones tales imágenes están aun muy recientes. ¿Qué vemos? Que nadie está dispuesto a hacer sacrificios personales por el bien común y los partidos son jaulas de grillos en las que cada uno de sus miembros activos teme perder su pequeña cuota de poder y el suculento salario del Estado. En las últimas elecciones ganó la abstención con más de nueve millones. Si se repiten, probablemente ganará de nuevo; pero con mayoría absoluta. Y yo me congratularé por ello. Hoy por hoy la mayoría de los abstencionistas son, a mi juicio, verdaderos demócratas que se niegan a participar en un juego con las cartas marcadas. No sé como puede mejorar la situación. Pero cada vez estoy más convencido de que no mejorará votando. O España despierta con una ruptura pacífica y un periodo de libertad constituyente, o seguirá ad infinito amodorrada. O quizá algo más rotundo, no habrá más España.

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