domingo, marzo 23, 2014

HER, PSICOANÁLISIS Y MÍSTICA


El prehumano se irguió y se hizo bípedo. Las manos quedaron liberadas y el olfato pasó a ser un sentido secundario a favor de la vista. Las manos y el cerebro olfativo (el sistema límbico) adquirieron entonces funciones inusitadas. Las manos se convirtieron en precisos instrumentos y el sistema límbico en un recipiente de emociones y sentimientos complejos del que carecen los otros mamíferos. Dos rasgos evolutivos que, junto al desarrollo del lenguaje y la aparición de la conciencia, nos hicieron más que humanos: personas. ¿Un error de la naturaleza o un don que nos perfecciona? Dejemos la disyuntiva para los optimistas o pesimistas metafísicos. Argumentos hay para defender las dos posturas.




Pero hele aquí: nuestro ser humano. Con su conciencia de yo, su lenguaje, su inmenso sistema límbico y su capacidad de desear y enamorarse. Her es una película sobre muchas cosas, pero sobre todo es una película sobre el deseo y el amor. O mejor, sobre su imposibilidad. Inevitable recordar a Lacan: “El amor es dar lo que no se tiene a alguien que no lo quiere”. ¿Qué deseamos cuando deseamos? No al otro, sino la fantasía del otro. El proceso de enamoramiento es la recreación de un fantasma a partir de un estímulo simbólico. Allí está el otro, el otro como un significado que hay que descifrar. Y al descifrar creemos descubrir cuando en realidad construimos. El amado es construido como fantasía, al modo en que Kant construye el objeto como fenómeno. Nuestro yo emocional opera análogamente al yo transcendental de Kant. De ahí que sea imposible, según Lacan, hacer el amor con el otro. Siempre e inevitablemente lo hacemos solo con nosotros mismos.

No veo en Her una película que hable de la soledad del hombre moderno y de los efectos perniciosos de las relaciones virtuales entre las personas, tan propias de nuestro tiempo. O al menos, no especialmente de eso. Más bien este planteamiento futurista, digámoslo así, le viene muy bien al director para evidenciar la soledad, la imposibilidad del deseo y el fracaso del amor que es intrínseco a este extraño ser que llamamos humano, ahora y en todo tiempo. El mensaje lacaniano quedaría intacto si Samantha (la que sabe escuchar, nos dice su etimología hebrea) fuese una mujer “real”. Aunque ciertamente la virtualidad de Samantha resalta la estructura psicótica del deseo y la evidencia psicoanalítica de que la mujer es un mero síntoma del hombre. Echemos un vistazo a las relaciones “reales” que la película nos muestra. El propio fracaso amoroso de Teodoro con su exmujer, el fracaso de su amiga y vecina Amy con su marido. La relación real fracasa y la explícitamente virtual es imposible. Pero muy bien podríamos cambiar el orden: la relación real es imposible y la virtual fracasa. Sencillamente porque es un falso dilema, pues en puridad toda relación es virtual. Y fracaso e imposibilidad son dos formas de evidenciar lo mismo. Trágica aporía que le debemos sin duda a nuestro poderoso sintema límbico imbricado con nuestra compleja estructura lingüística. Aporía que nos envuelve en un perverso bucle melancólico en el que la película se recrea especialmente apelando continuamente a los recuerdos idealizados y a la música (acariciante y sugerente, por cierto). ¿Pero hay salida?

En una genial vuelta de tuerca el director nos propone un salto solo para filomísticos. Y también una especie de redención. ¿Qué es la conciencia? Algo que brota de la materia, que parece empezar en ella pero que quizá no depende de ella. En rigor solo podemos constatar nuestra propia conciencia. Y la de los otros, humanos o máquinas, es solo un “como si”. No es constatable la conciencia de Samantha, pero tampoco lo es en rigor la de mi amigo real. No obstante, ambos se comportan como si la tuviesen. Si no cuestiono una, ¿es lícito filosóficamente cuestionar la otra? Como dice Samantha en una secuencia del film: hay muchas cosas que nos unen. Vosotros y yo tenemos materia. Samantha-conciencia aprende, evoluciona, lee física y cosmología y hasta conoce a la versión informática de Allan Watt, el gran orientalista norteamericano que divulgó como nadie las ideas taoístas en Occidente. Todo ello nos hace pensar que Samantha crece y crece como “persona”. Pasa a otro nivel de conciencia gracias a su aprendizaje y a ese amor total, que no es una caja limitada que se satura, sino un recipiente que se hace más y más grande cuanto más amor da y recibe. Samantha, que vive en el lenguaje de sus eruditas lecturas, se pierde y se encuentra en un lugar donde Teodoro no puede “aun” seguirle. No en las palabras, sino en el espacio vacío que hay entre ellas. Preciosa y sugerente imagen que apunta al origen arcano de toda metáfora y metonimia que origina, según Lacan, el complejo lenguaje humano. La cadena de significantes nos remite al final a un no-significante: un lugar vacío, una no palabra, allí donde el místico Wittgenstein afirma que reposa la verdad cuando habla enigmáticamente de su Tractatus: “mi obra se compone de dos partes: de la que aquí aparece, y de todo aquello que no he escrito. Y precisamente esta segunda parte es la más importante.” Solución mística, pues. El vacío y no el ser, la nada frente al todo, la afasia en lugar del retórico discurso.

A menudo pienso que el lenguaje ciertamente no sirve para comunicarnos, y si se produce a veces el milagro de la comunicación, es a su pesar. Por eso te ruego Samantha, mujer sabia con voz de Scarlett Johansson y con un cuerpo tan perfectamente imaginado como cualquier cuerpo real, te ruego Samantha, ahora perdida y ganada en el blanco de los textos; que me hables. Te lo ruego encarecidamente, a pesar de haber salido ya de la sala de proyección. Yo, enamorado discípulo, prometo atender a tus silencios.

4 comentarios:

Juana la Loca dijo...

Para las veces en las que el milagro de la comunicación se produzca, es mejor estar prevenidos y usar el vocabulario adecuado, pese al placer ocasional de las ambigüedades. "Sobre todo", locución adverbial sinónimo de "principalmente", se escribe con dos palabras. "Sobretodo", sustantivo común sinónimo de gabán o pelliza, se escribe con una sola palabra. En su texto resultaría: "Pero pelliza, es una película sobre el deseo y el amor". Aunque el deseo y el amor calienten o abriguen más que una pelliza el cuerpo y la tan controvertida alma, la metáfora carecería aún de cierta coherencia sintáctica por la falta de un artículo, suponemos que indeterminado. Si por el contrario divinizáramos la pelliza a imitación de las metáforas renacentistas, entonces faltaría una mayúscula.

Jesús Palomar dijo...

Muchas gracias por la corrección, Juana la Loca. Sobre todo porque obviamente quiero ser entendido, y escribir correctamente es la primera condición para ello. Y asumo tu sabia observación como un cálido sobretodo de alguien que ha leído el texto con cierta dedicación y pretensión de entender, que es la segunda condición (necesaria pero no suficiente) para que este milagro de la comunicación se haga realidad. Paso a rectificar el texto. Un saludo afectuoso.

Juana la Loca dijo...

Sobre todo con pretensión de entender, de aprender y siempre con dedicación. Gracias por la comprensión y la corrección. La utilización precisa de las diferentes acepciones lingüísticas y de la ortografía bruñe un texto bien escrito y mejor argumentado.

Anónimo dijo...

Aunque sentí que el autor de esta crítica hizo una más completa que aquella que dediqué al filme, tengo la ligera sospecha de que, cada uno de nosotros por separado, no hemos podido siquiera acariciar el significado completo de la obra de Jonze. Quizá sí lo haríamos reuniendo todos los escritos (publicados bajo CC) dedicados a «ella» en un solo texto. Saludos y muchas gracias por escribir...