sábado, junio 26, 2010

EDUCACIÓN, ENSEÑANZA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS VII



McLuhan dijo aquello de que el medio es el mensaje. Quizá exageraba, pero atemperando su máxima sí podemos atrevernos a decir que el medio influye en el mensaje. Y mucho más en edades tempranas. Generalmente nuestros alumnos piensan con imágenes, aunque estas imágenes estén sugeridas a veces por palabras. No obstante, las imágenes inciden más fácilmente en lo emocional, nos suelen penetrar de modo inconsciente, es decir, sin nuestro permiso. La información entra en nosotros. Cierto, pero mermando la capacidad crítica. La información se retiene, cuando se retiene, unida a la emoción y no al concepto. Quizá el paradigma es el anuncio televisivo: sintético, corto, subyugante y rápido. Si trasladamos la historia de un anuncio a un relato resultaría que el contenido es el mismo, pero el contacto con este cuento es intelectual, reflexivo (podemos pararnos a pensar sobre esta frase tan sugerente que acabamos de leer o en la emocionante descripción de la situación). En definitiva, dominamos el tiempo, somos activos y actuamos desde la conciencia voluntariamente y en cierta soledad (¿no es el juicio moral un diálogo con nosotros mismos, esa solitud socrática a la que suele referirse Hannah Arendt?).
Son muchos los estudiosos que han tratado el tema de un modo u otro. Cada cambio significativo en la historia de la Humanidad ha ido parejo a un cambio en el medio comunicativo. Primero fue el lenguaje hablado. Culturas cazadoras y recolectoras generalmente nómadas que asumían sin rechistar las mágicas recomendaciones del chamán de la tribu. Prima el rito y el mito. El emisor habla y el receptor memoriza su discurso. Luego vino la escritura no alfabética, y con ella, la Historia y las grandes Civilizaciones. En Egipto o Mesopotamia solo unos pocos detentaban el saber. Leer era muy difícil y sólo la casta sacerdotal y los escribas poseían el secreto de la verdad y el poder. Alrededor del siglo VIIl antes de Cristo se datan los primeros ejemplares escritos de las obras de Homero. Aparece el alfabeto. Apenas dos siglos después la lectura y la escritura, mucho más fácil de aprender que los jeroglíficos egipcios, se generalizó en la población. La oralidad se trasforma y afloran las preguntas y los libres debates entre ciudadanos. Incluso Sócrates, que tanto criticaba las obras escritas por debilitar la memoria, es incomprensible en una cultura no alfabetizada. Nace entonces la ciencia y la filosofía. La siguiente gran revolución es la imprenta. Los estudiosos dejan de escribir en latín, y escriben en sus lenguas vernáculas. La escritura se extiende hasta capas de la población donde antes no llegaba. El hombre común se hace más libre y reflexivo. Sin la imprenta no se entenderían los cambios sociales que se producen en el Renacimiento. Y sin las publicaciones diarias o semanales de finales del XVIII y principios del XIX no se entenderían los cambios sociales que dan paso a la Edad Contemporánea. El periodista Marat, convertido en un icono casi religioso por la Francia revolucionaria, es en realidad un reconocimiento implícito de la importancia del periódico.

¿Y ahora? Un nuevo reto y apasionante cambio del que aun no sabemos sus implicaciones. De la misma forma que la oralidad se modifica en una cultura alfabetizada, es normal que la oralidad e incluso la escritura se transforme en una cultura donde lo imaginario adquiere una fuerza inusitada. La trasformación no tiene por qué ser mala. Me viene a la mente las extraordinarias novelas de Paul Auster. El modo en el que relata sus historias no sería igual sin la influencia de las historias cinematográficas o televisivas. Hay directores de cine que pretenden contarnos una historia cinematográficamente como los escritores de novelas de hace cien años. Pero Paul Auster hace casi lo contrario. Narra como un director de cine une planos y secuencias.

Pero transformar el modo en el que hablamos e incluso en el que escribimos no es sustitución de la escritura por la imagen. La fabulosa novela de Ray Bradbury “Fahrenheit 451” nos pone sobre aviso. Si el texto escrito es denostado hasta prácticamente su desaparición y la imagen acaba por sustituir de hecho o por derecho al libro, como en la novela citada donde está explícitamente prohibido leer, es casi inevitable una regresión. La amiga lectora de Montag, el protagonista bombero de la novela, era maestra. Siempre me pregunté qué enseñarían en sus clases los maestros en aquella sociedad ficticia. Quizá porque temo que será lo que los futuros maestros enseñen en las suyas. Cada vez que releo la novela de Bradbury (o veo la fabulosa versión cinematográfica de François Truffaut) me da más la sensación de que está narrado el presente. Casas con televisiones gigantes e interactivas en el salón, en el cuarto de los niños y en la cocina; revistas y libros cada vez con mayor número de ilustraciones y menos letras. Y cada vez un poco más alienados. Los bomberos de la novela queman libros y persiguen a los lectores. La misma puñetera manía que tenía Hitler y Stalin. En un mundo así, lectores y profesores son los primeros sospechosos. Y aunque solo sea por egoísmo, pues de momento no tengo la intención de dejar de ser lector (aunque sean libros electrónicos) ni profesor (aunque trato de incorporar de un modo complementario y prudente las nuevas tecnologías a mi tarea pedagógica), no quemen los libros, por favor. Porque después de eso viene lo demás. No me apetece ser un hombre-libro marginado y escondido en las afueras de la ciudad. Pero estoy dispuesto a ser un hombre-libro si es el precio que tengo que pagar para ser un hombre-libre. La actitud crítica surge en la Grecia clásica, siglo Vl y V antes de Cristo, justo cuando la escritura alfabética se generalizó en la población y eran muchos los capaces de leer papiros de La Ilíada y La Odisea. No se conoce actitud crítica en una cultura ágrafa.

Para quien haya leído hasta aquí con cierto interés, y quiera profundizar en los temas tratados les recomiendo algunas imprescindibles lecturas:

De Ellis Havelock “Prefacio a Platón” y “La musa aprende a escribir”

De Walter Ong “Oralidad y escritura”

De Emilio Lledó “El surco del tiempo”

De Marshall McLuhan “El medio es el mensaje” y “La Galaxia Gutenberg”

De Giovanni Sartori “Homo videns”

Con esta séptima entrega acabo por el momento la reflexión sobre las nuevas tecnologías y la educación.
Un saludo a todos mis lectores.

viernes, junio 25, 2010

EDUCACIÓN, ENSEÑANZA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS VI

No estoy en contra de las nuevas tecnologías. Mi actitud personal es de entusiasmo. Y quizá mi prudencia encaje mal con este sincero entusiasmo. El conocimiento y la actitud crítica necesitan del razonamiento, y éste se lleva a cabo con conceptos y no con imágenes, pero esto no significa que debamos negar a la imagen todo valor pedagógico. Es un hecho. Vivimos en una cultura iconográfica (casi a la vez que aprendemos el lenguaje hablado aprendemos el cinematográfico y el televisivo), y despreciar lo imaginario y enfrentarlo radicalmente a lo conceptual sería un craso error. La imagen capta nuestro interés con facilidad y nos seduce casi inmediatamente, siendo por ello, además de un medio para la mejor comprensión, un elemento motivador de primer orden. Platón, prácticamente el primer gran escritor de nuestra cultura, lo sabía; y es el mayor creador de imágenes alegóricas que redundan en la comprensión de sus complejas y profundas teorías. ¡Qué aplicación tan fabulosa habría hecho Platón de las nuevas tecnologías de nuestro tiempo! Creo sinceramente que para personas formadas, con un domino más o menos aceptable de la escritura y habituadas a la lectura, la red y los medios audiovisuales son algo sencillamente maravilloso. Lo es para un grupo de investigación, para un alumno universitario o simplemente para un alumno de bachillerato de hace veinte años. También para muchos bachilleratos actuales ¿Pero es igualmente conveniente para un niño o un adolescente en formación?

Quizá podamos decir, bueno, el lenguaje escrito y la clase magistral es el medio, pero el alumno recibe la misma información e incluso más completa a través de otros medios. Pero precisamente esa es la cuestión de la que tratamos. Volvemos a caer en la trampa. ¿Es indiferente el medio de trasmisión para la formación cognitiva y personal, y no solo la información, que recibe el alumno, un alumno alfabetizado a medias?

jueves, junio 24, 2010

EDUCACIÓN, ENSEÑANZA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS V

De momento, sólo me afloran preguntas.
En relación con la cognición: ¿fomenta el medio digital la memoria a corto y largo plazo?, ¿fomenta la capacidad de atención y concentración?, ¿fomenta la capacidad de juicio?
En relación con la socialización y la educación: ¿influye un predominio de la imagen y la actividad en la red sobre la lectura reposada de un libro en el comportamiento social de los alumnos?, ¿es quizá una locura pararnos un poco a pensar si una enseñanza básica digitalizada ayudará a que nuestros alumnos sean más reflexivos, prudentes y controlados?¿si un Centro Escolar lleno de pizarras digitales dará un poco de sosiego a nuestro querido alumno hiperactivo? ¿Hará todo ello que se modifique su autoreferencialidad, su asertividad afectada o su tolerancia ante la frustración?
Desconocemos aun los resultados formativos-educativos que un uso generalizado y sistemático en colegios e institutos podrían producir las nuevas tecnologías, sobre todo si el maestro pasa a un segundo o tercer plano. Ignoramos los efectos que un abuso o un uso inadecuado puede acarrear en los alumnos de primaria y secundaria. Sí, también en secundaria. Insisto en que la enseñanza secundaria es hoy una continuación de la primaria donde no hay un cambio significativo en relación con las capacidades cognitivas que desarrollan nuestros alumnos. Tampoco en sus comportamientos.
El psicólogo británico Aric Sigman ha hecho estudios sobre la influencia específica del medio televisivo en el desarrollo del cerebro de los niños. Encontró que el efecto en el cerebro no es estimulante sino narcótico, entumeciendo áreas del cerebro que sin embargo son estimuladas normalmente por la lectura. Debemos recordar que el cerebro humano se encuentra en una constante búsqueda de nuevos estímulos. Si la estimulación es moderada, el nivel de atención y concentración aumenta, pues aumenta la expectativa. La televisión o la red satura fácilmente el nivel de estimulación novedosa del cerebro humano y es por tanto natural que los niños y adolescentes parezcan tener rangos de atención más cortos y se aburran fácilmente. El nivel de atención y concentración disminuye en todos los aspectos. Sorprender a un niño que está constantemente siendo sorprendido es muy difícil. Esta variación en el nivel de atención y concentración también se refleja en los aprendizajes motores y posteriormente en los intelectuales.

El desarrollo de las capacidades cognitivas del cerebro parece seguir unas pautas naturales que son a grandes rasgos las pautas que ha seguido la Humanidad en su desarrollo humano y civilizatorio. Primero aprendimos a hacer. El hombre empieza a manejar instrumentos y a crearlos. Estos es posible por el desarrollo de su psicomotricidad. Nos movemos, exploramos y aprendemos del mundo. Aprendemos también a percibir. Después aparece el lenguaje hablado y el primer atisbo de pensamiento abstracto. Todo esto nos hizo seres humanos, y parece que el cerebro está predispuesto a reproducir esta secuencia. Mucho tiempo después surge la escritura, una escritura no alfabética ni fonética que se confunde a veces con la representación pictórica. Y finalmente nace la escritura y la lectura alfabética. La escritura, y más aun la alfabética, se antoja algo muy contingente en el desarrollo humano. Apareció, pero podría no haber aparecido. Si no hubiese aparecido seguiríamos siendo hombres, desde luego, pero no seríamos lo mismo. El lenguaje alfabético es un artificio muy complejo, y para lograrlo se libró una dura batalla. Y siempre se logra a través de una dura batalla que se libra en el cerebro de cada niño. No parece haber ninguna predisposición evolutiva al lenguaje alfabético. No obstante, es este tipo de lenguaje, y el modo en que modifica la oralidad anterior (oralidad primaria, diría W. Ong), lo que nos hace ciudadanos. Es decir, algo más que meros seres humanos. Enseñar a leer y a escribir, y convertirlo en un hábito es pues la tarea educativa más dura e importante.
En neurociencia se suele hablar de las ventanas de oportunidad: períodos importantes en los cuales el cerebro responde a ciertos tipos de estímulos para crear o consolidar redes neuronales. A esto se le añade el concepto de ventanas críticas, momento en el cual el cerebro se cierra o endurece e impide o dificulta que las células adquieran la habilidad para realizar determinadas tareas.Dado que el cerebro parece tener una plasticidad que aumenta o disminuye en relación con su desarrollo, podemos decir que hay un período óptimo para la adquisición de actividades motoras así como para otras actividades cognitivas. Si éste no se aprovecha, el aprendizaje de dicha actividad será más complicado. De modo que la sobre exposición de los niños a la tecnología actual podría ser un inconveniente para el desarrollo motor del niño, ya que disminuye el tiempo óptimo durante el cual se debe exponer a los estímulos capaces de desarrollar su motricidad. El resultado es que disminuye o e incluso se pierde la opción de estimular al cerebro para la adquisición de habilidades motoras específicas, como lo es tocar un instrumento, por ejemplo. Aric Sigman afirma que debido a que los trabajos manuales están siendo reemplazados por los juegos electrónicos, hoy es posible encontrar niños de once años con déficit en ciertas áreas del desarrollo cognitivo, pues realizar labores manuales permite a los niños experimentar, y por tanto aprender el funcionamiento del mundo, así como comprender el mecanismo de diversos materiales. Asimismo, Lucía Monteiro, especialista en psicomotrocidad en la infancia, explica que los niños a través de la experiencia con el entorno y del juego adquieren diversas capacidades y nociones espaciales que incluso se pueden ver reflejadas en el cerebro a nivel neuronal. También resalta que dicho proceso experimental y motor es importante para cuando empieza la formación del pensamiento lógico, ya que debido a que la puerta de entrada al cerebro son los sentidos, una correcta percepción (adquirida por una correcta psicomotricidad y conocimiento del espacio) ha de preceder a una buena comprensión intelectual a partir de palabras y conceptos. Hablados primero, y escritos y leídos después. De modo que una mala motricidad dificulta la verbalidad (al menos en su aspecto lógico), la escritura y la lectura posteriores. Con todo, la reflexión más alarmante la hace Giovanni Sartori quien advierte que los niños que aprenden a través de la multimedia antes que de la lectura o de la oralidad tradicional (señala por ejemplo como la tradicional baby sitter ha sido sustituida por horas y horas delante del televisor) estructuran su psique de modo que prima lo visible sobre lo inteligible. Pasado el tiempo se aumenta la posibilidad de que se conviertan en ciudadanos que ven sin entender. El video-niño de Sartori genera un video-adulto e inaugura una nueva época de video-política y postpensamiento donde lo que no aparece en una pantalla sencillamente no existe y el sentido crítico se atrofia. Pero en fin, todo esto es especulación. Aun queda mucho que aprender sobre el cerebro y mucho más aún sobre la mente. Las conclusiones de Aric Sigman, de la especialista Lucía Monteiro y las apocalípticas profecías de Giovanni Sartori deberán ser contrastadas y matizadas por otros psicólogos, neurocientíficos y pensadoras posteriores. No obstante, el tema es apasionante. Los profesores solo tenemos nuestra experiencia diaria y nuestras tímidas sospechas. Sólo nos queda dar testimonio.

miércoles, junio 23, 2010

EDUCACIÓN, ENSEÑANZA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS IV

Afirma Aristóteles que el hombre es un animal social por definición. Esto es que si un hombre no necesita de sociedad con otros no es, en rigor, un hombre. No obstante, si el hombre es un ser social más aún que ciertos animales es que debe existir un grado máximo de asociación exclusivamente del hombre: la unión de varias aldeas en torno a las leyes constituyendo el Estado. Si el hombre es un animal social más que otros animales es porque vive en la polis o Estado y lo propio del Estado es la Ley, posible sólo por la capacidad lingüística y racional que posee el hombre y no poseen los animales. Social, racional, lingüístico y moral (capaz de reflexionar con palabras sobre lo justo y elaborar normas de comportamiento) en Aristóteles es lo mismo.
Para ser capaces de ordenar y asimilar información, en cualquier medio que nos llegue ésta, y también para adquirir buenas costumbres, tanto en la vida académica como social en el sentido más amplio, tenemos que abundar en las capacidades básicas: las morales y las cognitivas. Mi opinión, y quizá sea la única idea que me atreveré a defender en un sentido fuerte, es que el lenguaje, la escritura, la lectura, incluso la clase magistral elaborada in situ por un maestro real (no virtual), no solo es un medio comunicativo, sino el medio formativo por antonomasia. Somos seres de palabras. Para bien o para mal, a la manera de Aristóteles o a la de Lacan, el lenguaje nos forma y nos conforma como hombres y, por ende, como ciudadanos. Y conviene recordar que solo los ciudadanos son capaces de hablar y razonar en el ágora. Para los griegos el que balbucea no razona ni habla con los otros. El que balbucea, es bárbaro.
El medio digital nos aporta información en gran medida basada en imágenes (fotos, esquemas, videos, etc). Las lecturas propuestas suelen ser cortas y sintéticas (de todos es sabido que leer diez folios en un ordenador es una actividad que pocos resisten). La red es una fuente casi infinita de información, pero estar delante del ordenador, ese juguete tan entretenido, es resistirse continuamente a la dispersión. Los niños no escapan a esto. E integrar tales medios en su vida diaria no tiene por qué ser malo. En cualquier caso es un hecho casi inevitable. ¿Pero les damos más de lo mismo en los colegios?

Los centros educativos donde se pretende socializar y formar a los alumnos y se da una enseñanza básica deberían ser lo otro. No lo mismo. Si no hay cierta sacralidad en los colegios, donde el maestro es el único vehículo probadamente eficiente de transmisión (no solo de conocimiento sino de saber), si no hay escritura ni lectura en ellos, ¿dónde los va a recibir el alumno?

En el ámbito educativo observo por doquier un frenesí desmedido. Los cursos de formación que se ofrecen a los profesores son casi todos de carácter digital. El mensaje es siempre el mismo: no nos podemos quedar atrás; es el signo de los tiempos; la enseñanza del futuro es ésta; en los colegios e institutos de dentro de diez años solo habrá ordenadores, pizarras digitales, blogs educativos, imágenes interactivas, atractivos juegos para aprender el teorema de Pitágoras dando a tres botones seguidos. En fin, nada que objetar en principio. Solamente que yo ando como Diógenes lámpara en mano buscando el verdadero Centro de Enseñanza. Allí donde veo un Instituto voy yo con mi lámpara, pero no lo he encontrado aún. ¿No deberíamos aclararnos primero sobre si los centros de enseñanza son lugares para enseñar (física, matemáticas, historia...) o si tienen otras funciones prioritarias como aprender a leer y escribir, socializar, psicoanalizar, diagnosticar, entrentener, jugar...?¿Tan complicado es elaborar una ley donde esto quede claro? No se puede estar en misa y repicando. Un instituto no puede ser a la vez un centro que acometa la tarea de una socialización básica, unida a una básica alfabetización y una educación general y a la vez ser un centro académico donde haya exigencia en la instrucción. Las dos tareas son importantes y necesarias. Pero imposible de llevarlas a cabo a la vez, en el mismo lugar y con los mismos alumnos. Si ni siquiera está claro que la función de un profesor de instituto sea de hecho instruir en las materias en las que somos especialistas, ¿a qué viene esto de vendernos con un desmedido optimismo infinitos cursos de formación que nos enseñan las maravillas de las nuevas técnicas para enseñar? ¿Enseñar qué? Una película sobre la Revolución francesa es solo una historia de aventuras donde aparecen personas muy malas que cortan cabezas si no he leído tres líneas seguidas sobre el asunto o soy incapaz de redactar algo más o menos coherente sobre el acontecimiento tratado. Hablar de innovadoras técnicas de aprendizaje a un profesor experto en Historia o en Matemáticas cuando de hecho se le exige ser fundamentalmente un asistente social que en el tiempo que le sobre debe intentar que sus alumnos aprendan a leer, escribir y sumar, roza el sarcasmo. Es como hablar de las mágicas cualidades de la Cocacola a un hombre ocupado en buscar agua para que sus hijos no se mueran de sed. O como intentar vender una pala supersónica último modelo a un trabajador que se gana la vida solo picando. A propósito de la Revolución francesa, ¿recuerdan la anécdota de María Antonieta? El pueblo tiene hambre, majestad. ¿Y por qué no le dan pasteles? Pues eso. ¿Va mal la enseñanza? Démosles pasteles.

jueves, junio 17, 2010

EDUCACIÓN, ENSEÑANZA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS III


Periodistas, opinadores y representantes políticos no pierden la oportunidad de flagelarse públicamente para parecer bondadosos e inteligentes. Y las grandilocuentes frases impostadas afloran por doquier. El gran problema de la enseñanza es la mala instrucción de nuestros alumnos, nos dicen. Los más osados incluso nos dan la solución: más aprender jugando, más dinero, más ordenadores y más internet. La cuestión es muy parecida a la de una pareja de recién casados que contempla atónita como su bebé llora sin parar todas las noches. ¿Qué hacer? Finalmente descubren el fabuloso fármaco: tapones para los oídos. ¿Se han parado a pensar los padres novatos si el niño tiene hambre o le duelen la encías? Y los insignes políticos, pedagogos y sociólogos educativos, ¿no se han parado a pensar si quizá esta mala instrucción podría ser consecuencia de otros problemas que sí son los grandes problemas? ¿si es solo uno de los síntomas y no la enfermedad? Entre esos grandes problemas habrá algunos en los que podremos incidir para su mejora y en otros, poco o nada. El conocimiento no garantiza la solución. No siempre, desgraciadamente. La estructura social es la que es, y los padres ya tienen bastante con la necesidad imperiosa de trabajar los dos para pagar las letras del piso. La omnipresente televisión con sus interminables debates y cotilleos banales donde se grita, se interrumpe continuamente al otro y se aplaude al más histriónico del grupo invade los hogares a todas horas y en todos los canales. Y es un hecho casi ineludible que los niños pasen más tiempo solos en casa que antes y que tengan a su alcance estos juguetes tan entretenidos que son la tele y el ordenador. Los padres deberían atender un poco más a esto último. Por lo demás, poco podemos hacer en estas cuestiones. Pero hay mucho que hacer en otras. ¿No tendrá alguna culpa del desastre educativo, y no poca, la ley de educación que soportamos desde hace más de quince años? Y en la cuestión que nos trae, ¿es la digitalización generalizada de la enseñanza la gran solución?, ¿o por el contrario son tapones para los oídos? Me temo que mientras no atendamos a los problemas de verdad, al menos a los que podamos abordar, el entusiasmo sobre los medios digitales integrados en la enseñanza serán solo eso: tapones para los oídos; pseudosolución políticamente correcta que además nadie se atreve a cuestionar por su apariencia de modernidad. Lo técnico tiene estas cosas. Nos seduce y nos deslumbra. Y sin embargo, en mi opinión, confundimos el orden a la hora de tratar las cuestiones.
Hay enseñanza básica. El Estado la impone por ley y el alumno la asume por deber y como obligación. Ergo hagamos que la enseñanza media sea verdaderamente media donde la prioridad sea la exigencia en la instrucción (el correcto comportamiento se le ha de suponer ya al alumno, como el valor al soldado). Es un deber del Estado ofrecerla y un derecho (no un deber) del alumno adquirirla. Esta diferencia entre derecho y deber es un matiz, pero un matiz muy importante. Una verdadera enseñanza media será la única forma de que la Universidad sea una verdadera Universidad. ¿Qué es el plan Bolonia? Un ajuste a la realidad, no un intento de mejora de la realidad. Se reconoce de facto que la llamada enseñanza media es en realidad básica. De modo que los estudios de grado, que quieren hacer equivalentes a las antiguas licenciaturas, son poco más que una enseñanza media que intenta ir un poquito más allá. Finalmente el posgrado será lo más parecido a las licenciaturas de antes. Lo que ocurre es que la mayoría de los posgrados hay que pagarlos. El discurso político vigente empieza hablando de una buena educación para todos y la realidad es que solo habrá una buena educación para unos pocos: los héroes que hayan atravesado el desierto de la inexistente enseñanza media de los institutos y, entre ellos, sobre todo los que tengan dinero para pagarla.
Hay mucho de lo que hablar. Mucho que aclarar. Mucho que cambiar. Hagámoslo. Después, hablemos de la importancia de las nuevas tecnologías en la enseñanza. Que desde luego la tiene. Y mucha.

martes, junio 15, 2010

EDUCACIÓN, ENSEÑANZA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS II




Hace aproximadamente un año vi la película francesa “La clase” del director Laurent Cantet. La película tiene un tono documental y muestra crudamente, y sin ninguna moralina, los intentos de un joven profesor de Lengua por enseñar algo a sus alumnos en un instituto de la periferia de Paris. El curso que retrata vendría a coincidir en nivel con un 3º o 4º de ESO. El argumento es nulo, y se limita a retratar sucesivas situaciones bastante comunes en un instituto de secundaria. La mayoría de amigos no docentes que vieron la película se mostraron escandalizados por el nivel de instrucción y el comportamiento que muestran los alumnos. Para la mayoría de amigos docentes que vieron la película y para mí mismo la sensación fue de tedio. Todos hemos tenido clases mejores y también peores. Lo que veíamos nos resultaba demasiado familiar. Recomiendo pues a los lectores no docentes vivamente la película, aunque solo sea para cobrar conciencia de la realidad de la enseñanza en las aulas actuales.
Los comentarios que a propósito de la película hizo la entonces Ministra de Educación Doña Mercedes Cabrera en el programa de Televisión Española “Días de cine”, fueron los siguientes:

“Yo creo que es una gran lección especialmente gratificante para todos aquellos que tienen verdadera fe en la Educación... Esto, claro, es una manera de entender la Educación que puede chocar con otras maneras de entenderlo, porque se trata, pues de eso, de aprovechar al máximo las potencialidades de los alumnos, pero introduciendo, evidentemente, bueno, pues metodologías heterodoxas para una concepción más clásica de la Educación (sic)”

Si no han visto la película, véanla, y luego lean de nuevo las profundas reflexiones de nuestra querida ministra. En fin. Sin comentarios.

Lo que diré a continuación es solo conjetura basada en años de docencia. La memoria inmediata de nuestros alumnos suele ser muy limitada. Son innumerables las veces que he dictado una frase muy corta después de una extensa explicación y sin acabar casi de decir la última palabra me piden que la repita. O bien me repiten una palabra anterior de modo equivocado para que les continúe dictando. Por ejemplo, si les dicto la frase siguiente, muy pausadamente: ”Para Aristóteles el término medio moral es virtud”. Es común que un alumno pueda replicar: “Profe, ¿para Aristóteles el término recio moral es...?”. ¡Es la palabra “medio” tan extraña y difícil de retener! ¡Se trata de un anglicismo ajeno a nuestra fonética! ¡Es acaso un término esdrújulo y poco común que les resulta imposible de mantener en su memoria inmediatamente después de haberla oído integrada en una frase simple! En otras ocasiones me reclaman porque tienen una duda. Me acerco. Me preguntan. Y cuando empiezo a explicarles a treinta centímetros de su cara, vuelven la cabeza para mirar a su compañero o mirar a través de la ventana los pájaros que revolotean. O levantan la mano para preguntar, y cuando término de hablar, después de tres o cuatro segundos, les invito a participar y ya no se acuerdan de lo que iban a decir. Por no hablar de anécdotas que rozan lo humorístico. “Profe, te has confundido. El Telón de Acero no es el Telón de Acero. Es el Telón de Aquiles”(lo cual nos lleva a deducir que Aquiles tenía un talón de acero, claro). O Sartre representaba en sus escritos “la angustia asistencial” (cuando todos sabemos a estas alturas que la angustia asistencial es precisamente lo que padecemos algunos profesores). O los sofistas eran lujuriosos, porque vestían con ropa lujosa.
Y qué comentar de la inercia reactiva de sus comportamientos. Si Pablito les mira mal, se levantan y empujan a Pablito, o le insultan en voz alta. Igual que si estuvieran en el parque de enfrente. En relación con la percepción de su propio yo, son autoreferenciales. Si no han escuchado algo o no está en sus apuntes, no se cuestionan que quizá no lo han oído o no lo han copiado, sencillamente aquello que no escucharon no existe. Nunca se dijo. En la primera etapa de desarrollo cognitivo nos dice Piaget que durante el primer mes de vida, en relación con la percepción visual, el niño no ha desarrollado aún el sentido de permanencia del objeto. Una pelota que se oculta tras una pared, sencillamente se ha evaporado. Ha dejado de existir. En fin, llama la atención que alumnos de ESO se comporten igual en relación con las palabras o los conceptos. Si no han venido el día del examen, aparecen muy ufanos al día siguiente (o a la semana siguiente) diciendo que cuándo les haces el examen, o directamente señalando ellos su día preferido. No se les ocurre pensar que primero tienen que justificar la falta, y solo después, si el profesor lo cree oportuno, les hará un examen el día que el profesor crea conveniente. No obstante, muestran una rara asertividad afectada, pues su propuesta suele ser indiscutible. Y si se discute, se enfadan muchísimo. O bien lloran o bien aumentan la rebeldía en su comportamiento (¿tal vez porque tales procedimientos son los que conocen, y los que les suelen dar resultado?). Por consiguiente, su nivel de tolerancia de la frustración es nulo o bajo cero.

Quizá la devaluación de la letra impresa y el auge de la televisión y la red (hoy elementos socializadores y educadores de primer orden) tengan algo que ver con cierto deterioro de algunas capacidades cognitivas como la memoria o la atención. Quizá tengan que ver con que su inercia a la dispersión sea mayor que antaño. La falta de principios familiares y de una clara figura de autoridad (ya nadie quiere ser el malo de la película y los padres juegan a ser amigos de sus hijos, y no padres) quizá fomenten en el alumno cierta falta de referentes morales que se suele traducir a veces en una conducta un tanto desestructurada. No lo sé, y no lo podría asegurar. Pero sí sé que en la mayoría de las familias la satisfacción del deseo es el premio, el señuelo, lo que recibe el niño un día sí y otro también. Si apruebas te regalo la consola, y si no apruebas, también. Todo antes que ver al niño enfadado o triste, pues sus enfados y tristezas son vividos como reproches por unos padres inseguros que siempre tienen la sensación de no haber hecho algo bien. El cariño mal entendido, la mala conciencia y una mejor situación económica (junto con una eficaz y agresiva publicidad) hacen que el deseo y su inmediata satisfacción sean las monedas de cambio de los padres a la hora de negociar los parámetros educativos con sus hijos. Pero no nos engañemos. En la Sociedad en su conjunto y también en los centros de enseñanza, el esquema no es muy diferente. La fuerza de voluntad o la contención reflexiva no están de moda. Así es nuestra sociedad y así son mucho de los niños hoy. Pero esto es una constatación, no una justificación. La frase tantas veces expresada por padres e incluso profesores: “están en la edad” o “ahora no es como antes que todo era muy carca”, que se dice como justificación condescendiente, es ya el principio de la derrota. De ahí a que los centros de enseñanza se trasformen en centros de ocio obligatorio solo hay un paso. El colmo es que para calmar ciertas malas conciencias nos empeñemos en ver la derrota como una victoria, algo moderno, güay y progresista: los niños de hoy son así, así se comportan con sus amigos en la calle, así se comportan en sus casa, ergo así se deben comportar en el colegio. En el ámbito psicopedagógico muy a menudo el diagnóstico es tomado como terapia. El niño que se levanta sin permiso, que habla continuamente, que irrita una y otra vez a sus compañeros es una molesta incógnita. Cuando el psicólogo le diagnostica como hiperactivo, la incómoda incógnita se despeja para tranquilidad de todos. Pero sigue comportándose igual. Quizá con mayor impunidad. “Profe, es que soy hiperactivo”. En cuestiones académicas, tres cuarto de lo mismo: ya no leen libros, juegan a la consola, chatean con sus amigos o se enganchan a la televisión. Es otra forma de cultura y de aprendizaje. Así sea en los centros de enseñanza. Un ordenador y una televisión para cada uno (poco falta para que se cambie el alfabeto tradicional por el nuevo, creativo y eficaz “alfavto” que se utiliza para “Komnicarse” por eseemeeses). Todo por el progreso y la modernidad.

Y sin embargo, un centro de enseñanza, que tendría que ser de lo poco que aun deberíamos considerar todos como sagrado, debe ser lo otro. No lo mismo. Tanto en relación con las capacidades cognitivas básicas que se deben desarrollar (fundamentalmente el lenguaje) como con el comportamiento que se debe tolerar (algo que tiene que ver con la voluntad). La enseñanza, aun asumiendo el riesgo de asemejarse a un quijote luchando contra molinos, no puede renunciar a esta batalla, porque entonces está muerta. Y con ella, la Civilización.

sábado, junio 12, 2010

EDUCACIÓN, ENSEÑANZA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS I

Hace veinte o treinta años los colegios eran lugares que, en colaboración con las familias, pretendían formar e informar a los alumnos. Los institutos cumplían más una función de instrucción, y esta instrucción se especializaba en las facultades. Conseguir el Graduado Escolar tenía su mérito. Los exámenes de suficiencia que se hacían al final de 8º de EGB dejaban a algunos sin posibilidad de entrar en el Instituto. El ingreso en el Instituto tenía algo de ritual. Había un cambio de lugar y de estilo. Era otra cosa. Un profesor licenciado para cada asignatura. La exigencia académica daba una vuelta de tuerca en cada curso. En los tres años de BUP y uno de COU iba quedándose gente por el camino (aun así las cifras de fracaso escolar eran mucho menores que ahora). Una recién nacida televisión emitía obras dramáticas como los Estudio Uno, las novelas de grandes autores, documentales de Rodríguez de la Fuente, ciclos de cine de tantos directores geniales de los años cuarenta y cincuenta. Cine y teatro televisado alcanzaban máximos de audiencia. Recuerdo de un modo especial un par de obras de teatro: Doce hombres sin piedad o Calígula de Camus magistralmente interpretado por José María Rodero. Y de las novelas que emitían por las tardes, en capítulos de una escasa media hora, me viene a la mente El Conde de Montecristo o Crimen y Castigo interpretada por José Luis Pellicena. Bogart o Cary Grant eran personajes tan cercanos y familiares como el panadero o el frutero de la esquina. Solo había dos canales, y por las mañanas no había emisión. Había también entrañables programas infantiles: Antena Infantil y Los Chiripitiflauticos. Locomotoro y Valentina se metían en un libro gigante y vivían una aventura. Aquella imagen se ha quedado en mi memoria. ¡Qué manera más sutil de enseñar a amar los libros? En casa, la madre cuidaba de los niños y el padre iba a trabajar y representaba la autoridad. Si hacías alguna travesura, tu madre te solía decir: “ya verás cuando venga tu padre”. Y tú, apenas un mocoso y casi siempre arrepentido, andabas pensativo toda la tarde hasta que tu padre venía. La educación del niño dependía casi en exclusivo de la familia. No tanto por lo que nos decían, sino por lo que se hacía. Todos sabíamos lo que estaba permitido o no en casa, sin más. Había una especie de derecho consuetudinario que nos entraba por los poros. Aun si nuestros padres eran incultos o faltos de ilustración. En la calle, era otra cuestión. Era lo otro. El Salvaje Oeste. No teníamos miedo al hombre del saco. Y nuestros padres sabían más o menos por donde estábamos (eso creían ellos), y andaban confiados aun sin tener teléfono móvil para localizarnos. Si estabas a la hora de la comida y a la hora de la cena en casa, todo iba bien.
Hoy nuestros alumnos sufren un sistema educativo donde reina la confusión. La enseñanza primaria y secundaria solo se diferencian en el nombre y en el lugar donde se realiza (colegios o institutos), pues ambas son en realidad primaria. El bachillerato, lo más parecido a la enseñanza media de hace veinte años, es casi inexistente (poco más que un curso y medio). A los profesores se les exige una formación académica excelente; pero luego, sorprendentemente, se les exige de hecho ser excelentes trabajadores sociales, cuidadores o animadores. En absoluto ser expertos en su materia. En las familias actuales suelen trabajar los dos miembros del matrimonio. El hijo suele pasar más tiempo solo, y los padres intentan calmar su sentido de culpa accediendo una y otra vez al chantaje de sus deseos. Por otro lado nuestros alumnos son nativos digitales, nacieron ya con los ordenadores y con una televisión que no se parece en nada en ritmo y contenido a la de antaño.¿Se han parado a pensar en la mayoría de los contenidos televisivos actuales?¿en su precipitado ritmo?¿en las intrigas continuas de los presentadores para evitar el temible zapin? En gran medida, nuestros alumnos se educan a través de la televisión y de la red. Y la dejación de las responsabilidades educativas por parte de las familias desemboca en una presión inadmisible a los centros académicos para que asuman tareas que no les corresponden o solo le corresponden a medias. Pero que en cualquier caso no pueden hacer solos.

De situaciones distintas surgen comportamientos y actitudes distintas. Es pues normal que un alumno de hace veinte años no sea igual a un alumno de hoy. Ahora hay más dinero (aunque la inminente crisis puede cambiar nuestra vida en muy pocos años), la gente tiene más fácil acceso a una información libre a través de las nuevas tecnologías. Los niños tienen muchas referencias culturales gracias a los medios audiovisuales. Pero no caigamos en el papanatismo. Esto no implica que necesariamente el alumno de hoy tenga que ser mejor que el de ayer tan solo porque sea menos pobre, tenga muchas referencias imaginarias adquiridas a través de la televisión o sepa teclear con una habilidad pasmosa los dígitos de su teléfono móvil o de su ordenador. La idea de progreso parece estar instalada en nuestro inconsciente colectivo. Y nos cuesta pensar que un progreso económico y tecnológico no vaya unido a un progreso en todos los aspectos de la vida. Pero basta echar un vistazo al siglo XX para darse cuento de que a la par que la técnica avanza puede retroceder todo lo demás. Razón teórica, instrumental y práctica no necesariamente siguen el mismo camino.

Y para cerrar esta primera entrega, un regalo para nostálgicos. Los seguidores de este blog que sean de mi generación, seguro que lo disfrutarán.

Un saludo "amigüitos"

viernes, junio 04, 2010

IMAGEN, ORALIDAD Y ESCRITURA

Empiezo esta entrada con unas sencillas preguntas: ¿Es indiferente el medio que se utilice para trasmitir una misma información? Si la respuesta es no, ¿en qué sentido nos influye? ¿Puede influir en nuestra forma de comportarnos o en nuestra visión del mundo? ¿Puede influir en el comportamiento con los otros? Aunque la información nos llegue igualmente, ¿influye el medio en el que nos llega en relación con nuestra formación?

De momento son preguntas para las que no tengo respuestas. Pero, como es sabido, ser capaces de formular preguntas es ya el primer paso para poder responderlas. Os invito a todos a reflexionar sobre estas cuestiones.

Para ello os sugiero que atendáis a los tres puntos siguientes. Se trata de una historia deliciosa del escritor Paul Auster sacada de la película/libro Smoke. Se títula “Un cuento de navidad”. Para quienes no han leído ni visto la película será, estoy seguro de ello, una experiencia gozosa. Simplemente una maravilla. Para quienes conozcan el libro o la película, una nueva oportunidad para disfrutar.

Os sugiero que os adentréis en la historia en el mismo orden que la expongo: primero la historia escrita (sería recomendable imprimirla y leerla tranquilamente en el sofá de casa); luego la historia narrada y finalmente la historia vista.

Que lo disfrutéis:

UN CUENTO DE NAVIDAD (ESCRITO)

Fuimos a Jack's, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas de las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.
-Fue en el verano del setenta y dos, dijo. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era. Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carné de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podría haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carné, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo? Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada qué hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente. La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin. ¿Eres tú, Robert? ,dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta. Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega. Sabía que vendrías, Robert ,dice. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad. Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme. Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca. Está bien, abuela Ethel, dije. He vuelto para verte el día de Navidad.
”No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella. No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente. Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba, yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos. Eso es estupendo, Robert, decía asintiendo con la cabeza y sonriendo. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.
”Al cabo de un rato, empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello. Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de seis o siete cámaras. De treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar. No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.
-Volviste alguna vez? - le pregunté.
-Una sola - contestó. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.
-Probablemente había muerto.
-Sí, probablemente.
-Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.
-Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.
-Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.
-Le mentí y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.
-La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.
-Todo por el arte, ¿eh, Paul?
-Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.
-Y ahora tienes un cuento de Navidad, ¿no?
-Sí - dije -. Supongo que sí.
Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.
-Eres un as, Auggie, dije. Gracias por ayudarme.
-Siempre que quieras - contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?
-Supongo que estoy en deuda contigo.
-No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.
-Excepto el almuerzo.
-Eso es. Excepto el almuerzo.
Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta.

UN CUENTO DE NAVIDAD (NARRADO)
UN CUENTO DE NAVIDAD (VISTO)