jueves, diciembre 23, 2010

LA HISTORIA DE HANS Y KARL III

Las razones por la cuales hacemos cosas que en el fondo no queremos hacer son múltiples, pero en el caso de Hans y Karl son fundamentalmente dos: el miedo y la obediencia ciega a una autoridad. A veces tenemos miedo a morir o a perder una situación vital que consideramos privilegiada. Otras veces, aunque nuestra situación sea mala, tenemos miedo de llegar a estar en otra aún peor. La obediencia ciega en muchas ocasiones nos influye de la misma forma que el miedo. ¿Cuántas injusticias seriamos capaces de realizar si alguna autoridad nos lo manda?





EL EXPERIMENTO DE MILGRAM

En 1963 el famoso psicólogo Stanley Milgram llevó a cabo un experimento en la Universidad de Yale de EE.UU. Una serie de individuos debían administrar una descarga eléctrica a otro individuo atado a una silla cuando éste respondía inadecuadamente a unas preguntas. Un profesor universitario informaba a los futuros verdugos de que se trataba de un experimento sobre la memoria y el aprendizaje. En cada caso el individuo atado afirmaba que le habían detectado un leve problema cardíaco en presencia de quien debería suministrar las descargas. El profesor le respondía que, aunque los golpes eléctricos podrían ser dolorosos, no le causarían ningún daño grave. Enseguida, el profesor se iba con el preguntador a una habitación contigua. Ambas salas estaban conectadas por micrófonos y altavoces, de modo que las respuestas pudieran ser oídas. En la sala del preguntador había un aparato graduado con 30 posiciones, que iban desde los 15 hasta los 450 voltios.
Y se le explicaba al preguntador que su trabajo era suministrar la descarga cada vez que el otro individuo diese una respuesta equivocada. Empezaría en el nivel más bajo (15 voltios) e iría incrementando su nivel en 15 voltios cada vez. Un golpe de 45 voltios se siente de manera moderada; sobre 100, ya es un golpe fuerte; sobre 195, es un golpe muy fuerte; sobre 255, un golpe intenso; sobre 315, de extrema intensidad; sobre 375, el shock es severamente peligroso. Más de este voltaje es casi muerte segura.
En la investigación participaron 40 hombres, de edades entre 20 y 50 años, representando una muestra común de la población, personas normales y corrientes ¿Qué ocurrió? Cerca de dos tercios de ellos (24 de 40) administraron el máximo de 450 voltios, y el promedio del nivel máximo que administraron todos fue de 368 voltios. Demasiado alto. El que suministraba el castigo, en cada ocasión, podía oír los quejidos y las súplicas de la persona que recibía las descargas, que eran especialmente dramáticas. La mayoría expresó verbalmente que se negaba a continuar en una o más ocasiones. Pero continuaron cuando el profesor les ordenó hacerlo, quien les aseguró que lo que sucediera sería de responsabilidad exclusiva de la Universidad.
Lo que hasta entonces no sabían estos voluntarios era que estaban en una situación cuidadosamente montada. El que recibía las descargas era en realidad un actor y no recibía ciertamente ningún shock eléctrico. Las respuestas y quejidos que daba a través del micrófono estaban grabadas, para que fueran exactamente las mismas para todos los preguntadores.
Prácticamente todas las personas que aplicaron los máximos niveles de shock mostraron extremo malestar, ansiedad y desaliento. Se sentían culpables. El profesor Milgram se escandalizó del alto porcentaje de individuos normales que llegaron a hacer cosas que en el fondo no querían hacer. Sólo por la confianza ciega en una autoridad.

Si además de esta autoridad existiese la amenaza de recibir algún daño si no obedecían o ciertos premios al obedecer adecuadamente, ¿no es cierto que el número de individuos que se habrían mostrado crueles habría aumentado sobremanera?

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