sábado, junio 12, 2010

EDUCACIÓN, ENSEÑANZA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS I

Hace veinte o treinta años los colegios eran lugares que, en colaboración con las familias, pretendían formar e informar a los alumnos. Los institutos cumplían más una función de instrucción, y esta instrucción se especializaba en las facultades. Conseguir el Graduado Escolar tenía su mérito. Los exámenes de suficiencia que se hacían al final de 8º de EGB dejaban a algunos sin posibilidad de entrar en el Instituto. El ingreso en el Instituto tenía algo de ritual. Había un cambio de lugar y de estilo. Era otra cosa. Un profesor licenciado para cada asignatura. La exigencia académica daba una vuelta de tuerca en cada curso. En los tres años de BUP y uno de COU iba quedándose gente por el camino (aun así las cifras de fracaso escolar eran mucho menores que ahora). Una recién nacida televisión emitía obras dramáticas como los Estudio Uno, las novelas de grandes autores, documentales de Rodríguez de la Fuente, ciclos de cine de tantos directores geniales de los años cuarenta y cincuenta. Cine y teatro televisado alcanzaban máximos de audiencia. Recuerdo de un modo especial un par de obras de teatro: Doce hombres sin piedad o Calígula de Camus magistralmente interpretado por José María Rodero. Y de las novelas que emitían por las tardes, en capítulos de una escasa media hora, me viene a la mente El Conde de Montecristo o Crimen y Castigo interpretada por José Luis Pellicena. Bogart o Cary Grant eran personajes tan cercanos y familiares como el panadero o el frutero de la esquina. Solo había dos canales, y por las mañanas no había emisión. Había también entrañables programas infantiles: Antena Infantil y Los Chiripitiflauticos. Locomotoro y Valentina se metían en un libro gigante y vivían una aventura. Aquella imagen se ha quedado en mi memoria. ¡Qué manera más sutil de enseñar a amar los libros? En casa, la madre cuidaba de los niños y el padre iba a trabajar y representaba la autoridad. Si hacías alguna travesura, tu madre te solía decir: “ya verás cuando venga tu padre”. Y tú, apenas un mocoso y casi siempre arrepentido, andabas pensativo toda la tarde hasta que tu padre venía. La educación del niño dependía casi en exclusivo de la familia. No tanto por lo que nos decían, sino por lo que se hacía. Todos sabíamos lo que estaba permitido o no en casa, sin más. Había una especie de derecho consuetudinario que nos entraba por los poros. Aun si nuestros padres eran incultos o faltos de ilustración. En la calle, era otra cuestión. Era lo otro. El Salvaje Oeste. No teníamos miedo al hombre del saco. Y nuestros padres sabían más o menos por donde estábamos (eso creían ellos), y andaban confiados aun sin tener teléfono móvil para localizarnos. Si estabas a la hora de la comida y a la hora de la cena en casa, todo iba bien.
Hoy nuestros alumnos sufren un sistema educativo donde reina la confusión. La enseñanza primaria y secundaria solo se diferencian en el nombre y en el lugar donde se realiza (colegios o institutos), pues ambas son en realidad primaria. El bachillerato, lo más parecido a la enseñanza media de hace veinte años, es casi inexistente (poco más que un curso y medio). A los profesores se les exige una formación académica excelente; pero luego, sorprendentemente, se les exige de hecho ser excelentes trabajadores sociales, cuidadores o animadores. En absoluto ser expertos en su materia. En las familias actuales suelen trabajar los dos miembros del matrimonio. El hijo suele pasar más tiempo solo, y los padres intentan calmar su sentido de culpa accediendo una y otra vez al chantaje de sus deseos. Por otro lado nuestros alumnos son nativos digitales, nacieron ya con los ordenadores y con una televisión que no se parece en nada en ritmo y contenido a la de antaño.¿Se han parado a pensar en la mayoría de los contenidos televisivos actuales?¿en su precipitado ritmo?¿en las intrigas continuas de los presentadores para evitar el temible zapin? En gran medida, nuestros alumnos se educan a través de la televisión y de la red. Y la dejación de las responsabilidades educativas por parte de las familias desemboca en una presión inadmisible a los centros académicos para que asuman tareas que no les corresponden o solo le corresponden a medias. Pero que en cualquier caso no pueden hacer solos.

De situaciones distintas surgen comportamientos y actitudes distintas. Es pues normal que un alumno de hace veinte años no sea igual a un alumno de hoy. Ahora hay más dinero (aunque la inminente crisis puede cambiar nuestra vida en muy pocos años), la gente tiene más fácil acceso a una información libre a través de las nuevas tecnologías. Los niños tienen muchas referencias culturales gracias a los medios audiovisuales. Pero no caigamos en el papanatismo. Esto no implica que necesariamente el alumno de hoy tenga que ser mejor que el de ayer tan solo porque sea menos pobre, tenga muchas referencias imaginarias adquiridas a través de la televisión o sepa teclear con una habilidad pasmosa los dígitos de su teléfono móvil o de su ordenador. La idea de progreso parece estar instalada en nuestro inconsciente colectivo. Y nos cuesta pensar que un progreso económico y tecnológico no vaya unido a un progreso en todos los aspectos de la vida. Pero basta echar un vistazo al siglo XX para darse cuento de que a la par que la técnica avanza puede retroceder todo lo demás. Razón teórica, instrumental y práctica no necesariamente siguen el mismo camino.

Y para cerrar esta primera entrega, un regalo para nostálgicos. Los seguidores de este blog que sean de mi generación, seguro que lo disfrutarán.

Un saludo "amigüitos"

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