domingo, agosto 19, 2007

RESPONSABILIDAD Y JUICIO


Acabo de leer “Responsalibidad y juicio”, de Hannah Arendt, estupendo escrito. Reflexiona sobre la universalidad o no de las normas éticas, y por ende sobre la naturaleza del mal.
Para Arendt el referente ineludible del mal a partir del siglo XX son los totalitarismos, y especialialmente el nazismo. Llama a este mal, el mal radical (término tomado de Kant, pero asignándole otro significado). No voy a explicar ahora esta reflexión de Hannah Arendt que es, desde luego, profunda e interesante (tampoco sé si sería capaz). Me quedaré sólo con una de sus conclusiones finales. El mal radical deviene por una incapacidad de pensar, incapacidad de juicio. Distingue Arendt entre conocimiento y pensamiento, y viene a definir el pensamiento como una suerte de diálogo continuo y profundo con nosotros mismos en lo que llama solitud: una reflexión crítica sobre nuestras propias acciones, y a la vez sobre la ejemplaridad de cualquier acción, en nuestra más íntima soledad. Pone como ejemplo a Sócrates. Aquel legendario griego que decía hablar continuamente con su daimon y que muy a menudo dejaba a sus contertulios un tanto perplejos al no llegar a un saber definitivo y cierto tras horas de conversación. Según Arendt, este dialogo interior fortalece nuestra conciencia (sea ésta lo que fuere) y ,en algún sentido, dificulta el olvido. O a la inversa, precisamente por que dificulta el olvido de aquello que vemos y hacemos se produce el dialogo y por ende el fortalecimiento de la conciencia (el escuchar respetuosamente su voz, aunque no siempre se le haga caso).
Perder la capacidad de pensamiento y juicio no le parece a Arendt como un mal que produzca siempre unas consecuencias nefastas, diríamos, mecánicamente. Perder esta capacidad sólo se revela como el mal radical atendiendo a sus consecuencias en circunstancias muy concretas. De hecho, el mal siempre ha sido pensado en términos no radicales, producido por personas dotadas de pensamiento y juicio. Nuestras debilidades nos pueden hacer matar o mentir, aun sabiendo que no se debe hacer. Y el dialogo interior se sigue manteniendo, aunque tormentosamente. Lo nuevo en los totalitarismos del siglo XX, donde se expresa con más nitidez el llamado mal radical, no es la vulneración de la norma ética, sino que las propias normas se hayan invertido con tanta facilidad: en lugar de no matarás, matarás parecen promulgar los nazis; en lugar de no mentir, mentirás, señalan los bolcheviques. Lo escandaloso es que gran parte del mundo lo asumió, y que el mundo mismo no se derrumbó.
La distinción entre conocer y pensar le permite a Arendt explicar algunas cuestiones. Por ejemplo, el hecho de que pueda haber tipos muy inteligentes, con grandes conocimientos científicos, literarios o de cualquier otra índole, que sin embargo sean capaces de realizar colosales atrocidades con mínimos o nulos remordimientos. Afirma Arendt, por establecer una delimitación significativa, que aunque tales individuos son desde luego seres humanos, no son plenamente personas. Y aunque no suelen ser malhechores y a menudo son ejemplares en su conducta, encierran, como dijimos, el potencial del mayor mal. Es decir, mientras no ocurren catástrofes éticas y/o políticas (como el advenimiento del nazismo), tales personas no tienen por qué hacer más mal que cualquier otro ser humano. Pero en situaciones trágicamente excepcionales aumentan y posibilitan el fuego de la catástrofe.
Entre aquellos que perdieron esa capacidad de juicio distingue Arendt tres grupos: nihilistas, dogmáticos y buenos ciudadanos que siguen fielmente las buenas costumbres de la sociedad donde habitan
El nihilista, tal como lo entiende Arendt, habría llegado a la conclusión de que no hay valores definitivos, de modo que asume unos u otros ocasionalmente y movido por su propio interés. El dogmático, asustado por el peligro del nihilismo y del escepticismo paralizante, asume un dogma rígido no siempre limpiamente fundamentado y se afierra fuertemente a él. El buen ciudadano, que asume las buenas costumbres, lo hace acríticamente siendo fiel al significado originario de moral o ética; la costumbre, precisamente por serlo, es buena. La cuestión fundamental es que los tres han finiquitado el dialogo con la conciencia, y aunque la conciencia sigue estando ahí de algún modo (como un huésped que habita con nosotros en la misma casa), es ya un extraño y sus palabras fácilmente olvidables. Una conciencia segregada, por decirlo de algún modo, a la cual se le niega el dialogo, conlleva que en absoluto retengamos sus discursos (meros monólogos cada vez más incomprensibles de un extraño ser con el que coexistimos, pero con el cual ya no convivimos). Según Arendt, en la Alemania nazi los mayores males los posibilitaron, y en su caso los produjeron, precisamente estos tres grupos, y dado que sumados constituían más del cincuenta por ciento de la sociedad alemana, el acontecimiento se revela como escandaloso e inquietante. Los nazis que cometieron las peores atrocidades y buena parte de los buenos alemanes que de una u otra forma las aprobaron, no eran animales. Eran seres humanos. Y en gran mediada pasaban incluso por ser correctos ciudadanos y/o eficientes funcionarios orgullosos de su buen hacer. Quizá entre los dirigentes nazis predominaban los nihilistas y dogmáticos, pero es evidente que entre la población abundaban, precisamente, estos buenos ciudadanos. La cuestión es que sin dialogo interior el dogmático cambia fácilmente de dogma, el nihilista de conducta y el buen ciudadano que sigue sus buenas costumbres, tras un momento primero de perplejidad, puede aferrarse de nuevo a otras si son las que realizan sus vecinos, las que marca el estado y las que le recomiendan en la radio.
Por otro lado están aquéllos que no perdieron su capacidad de pensar. Al contrario que los anteriores, en tiempos de cierta normalidad, estos aparecen a menudo como tábanos socráticos o como molestos escépticos. Pues una de las características fundamentales del pensamiento (ese dos en uno que llama Arendt) es precisamente su carácter aporético. La reflexión ética, diríamos hoy, si es verdadera reflexión, llega muy pocas veces a sólidos absolutos. Y suele acabar en un “sigamos pensando” inaceptable para nihilistas y dogmáticos. No obstante, estas personas son, según Arendt, la más sólida esperanza de que en situaciones en las que la sociedad atraviesa momentos críticos no ocurra lo peor, “lo que nunca debe ocurrir”.

miércoles, mayo 23, 2007

GLOBALIZACIÓN VERSUS ANTIGLOBALIZACIÓN


La globalización, con la supresión de barreras arancelarias y la libre iniciativa de las empresas, hará que la tarta sea lo más grande posible. Pero su reparto económico dará lugar a grandes diferencias.¿Cómo hacer que la tarta se reparta más justamente?
Más allá de la defensa o no de un Estado mundial recaudador de impuestos o de movimientos de la sociedad civil altruistas y espontáneos prestos a ayudar a los países pobres (soluciones más utópicas que realistas), no se puede obviar una cuestión previa. Dentro de cada país menos desarrollado y potencial receptor de ayuda tendría que existir también una adecuada redistribución de la riqueza propia del Estado de Bienestar. Esta sería la garantía de su futuro desarrollo. Ningún país ha salido de la pobreza sólo a partir de ayudas externas, y no porque hayan sido siempre mínimas. Los países que han logrado salir de la pobreza lo han conseguido gracias a reformas sociales y políticas en su mismo seno. Por dos razones: las reformas mismas y las ayudas externas que, entonces sí, se revelan eficaces. Ayudar a un país desestructurado socialmente, no democráticos y con políticos corruptos apenas sirve para paliar la mala conciencia de los que dan, y en absoluto queda garantizado que se llegue a subsanar apenas un poco las necesidades de la población. Las ayudas suelen caer en saco roto: o bien en manos de políticos corruptos, si se dan a los gobiernos (que es lo que ocurre la mayoría de las veces), o bien un mero parche que se agota en sí mismo (sin contribuir al desarrollo futuro), si se da directamente a la población. De modo que resulta esencial que los países sean suficientemente democráticos para su futuro desarrollo.
Donde no hay democracia política suele escasear tanto la mentalidad liberal en lo económico como la sensibilidad para la justicia social. La tarta es pequeña y además muy mal repartida. Por desgracia, la mayoría de los países pobres hoy día no son democráticos. Y si lo son en la forma, carecen de una clase media que la pueda hacer efectiva para ejercer un mínimo de justicia social; y lo peor de todo, pues significa un vicioso estancamiento, de la voluntad política de los gobernantes para fomentar dicha clase media.
Los detractores de la globalización afirman que sólo ganan algunos, pero los defensores de la globalización suelen repetir que con la globalización ganamos todos. ¿Quién tiene razón?
Los antiglobalización recalcan que ganan más los países desarrollados que los atrasados y las diferencias son acumulativas. Y tienen razón. Las diferencias tenderán a aumentar. Pero los defensores de la globalización dicen que el número de personas pobres en términos relativos y absolutos es menor que hace veinte años. Y cada vez será menor. Y también tienen razón. ¿Implica esto una contradicción? En absoluto.
Hoy día la diferencia entre los países ricos y pobres es más grande que hace veinte años. Algunos países africanos son tan pobres como hace veinte años (el estancamiento de algunos países africanos no es por un exceso de globalización, sino por todo lo contrario. La globalización implica cierta desigulaldad económica, pero no miseria económica. Es absolutamente imaginable un mundo globalizado sin gente que se muera de hambre), sin embargo la mayoría de países que eran ricos hace veinte años son ahora bastante más ricos. Por otro lado muchos países que eran pobres hace veinte años ahora son ricos. Si tomamos el grupo de los tres o cuatro países más pobres y comparamos la renta con los países más ricos, el resultado es que la diferencia de renta ha aumentado. Ahora bien, es un hecho que hoy día hay menos países pobres (la China y la India, que son países superpoblados, han abandonado la indigente pobreza de hace veinte años. Y lo mismo ocurre con otros países orientales como Corea del sur). De modo que si nos fijamos en las personas y no tanto en los países, debemos admitir que hoy en día hay menos pobres, y que los pobres que hay no son más pobres que hace veinte años.

Los antiglobalización dicen que el aumento de la diferencia de renta entre los países ricos y pobres es por la globalización, y probablemente tienen razón. Los defensores de la globalización afirman que hay menos pobres precisamente por la liberalización de los mercados, y probablemente tienen razón también. Más allá de los datos, el problema en este punto pende de una opción ética y de una cuestión epistemológica. ¿Qué nos parece más intolerable la desigualdad o la pobreza? ¿Cómo consideramos la riqueza como un bien escaso que hay que repartir o como algo potencialmente ilimitado que se puede crear? ¿Cómo consideramos al ser humano, como un pasivo que sólo consume y tiene necesidades que cubrir o también como un activo capaz de crear soluciones gracias a su ingenio y razón? Lo sepan o no, los antiglobalización consideran más intolerable la desigualdad que la pobreza, y consideran asimismo que la riqueza es un bien escaso y limitado y que el hombre es fundamentalmente un agente pasivo. Los defensores de la globalización consideran que es más intolerable la pobreza que la desigualdad, que la riqueza se crea y no es un bien limitado y que el hombre además de pasivo es activo.
Sin embargo, los movimientos antiglobalización se oponen, pero no proponen. Se pierden en bellas utopías, pero irrealizables y, a la larga, nocivas. Es la razón, y no a la ciega violencia, lo que puede solucionar el problema.
A menudo escuchamos a los movimientos antiglobalización defender la democracia y atacar el libre mercado. Pero obvian una cuestión elemental. Si bien puede haber a duras penas libre mercado en un país no democrático, no hay un país democrático sin libre mercado. Además, si un país no democrático se empieza a abrir al libre mercado tiende a generar clase media que es el caldo de cultivo social más adecuado para que surja una democracia. Así pasó en España de los años sesenta. La libertad de mercado llama a las otras libertades y a la participación política como la luz a la polilla, y esto a pesar de ocasionales y déspotas dirigentes políticos. De modo que defender la democracia es defender, implícitamente, el libre mercado. Y atacar el libre mercado es atacar, implícitamente, la democracia.
A menudo escuchamos a los movimientos antiglobalización defender el respeto a ultranza de las diferencias culturales y, a la vez, la igualdad de derechos de todos los individuos. El penoso resultado es que mientras se defienden o se toleran con demasiada facilidad las tradiciones culturales a menudo vejatorias para la mujer propias de ciertos países musulmanes se defiende la igualdad de derechos entre hombre y mujer si somos occidentales.
Podemos defender lo circular o lo cuadrado, y acto seguido esforzarnos por dar argumentos sólidos que den valor a nuestra defensa. Pero lo que es indefendible es el circulo cuadrado.

lunes, mayo 07, 2007

SOBRE MUNDOS POSIBLES



¿Un mundo perfecto es posible?Siguiendo con nuestro ejemplo, sería deseable que el panadero excepcional no fuese egoísta, que aceptase que lo que ha ganado honradamente, pero le sobra, debería cederlo a los desfavorecidos.

Y sería deseable también que Pedro y todos los pobres o desfavorecidos no sean orgullosos, que no se sientan humillados por recibir mediante la redistribución ética lo que jamás alcanzarían a través de la mera distribución económica.

Pero ojo, esa conducta deseable debería surgir de una exigencia moral, por el único mandato de nuestra conciencia, y no por una exigencia política, pues la exigencia política además de mermar nuestra libertad se ha revelado como ineficiente económicamente. Ya vimos que el experimento socialista ha fracasado. Esta exigencia moral sería más afín a la utopía anarquista que presupone en todos los hombres una objetividad moral y una fuerte y buena voluntad para cumplirla.
Pero la utopía anarquista tropieza con algunos hechos antropológicos. No siempre somos generosos ni humildes. O dicho de otra forma, a menudo somos egoístas y orgullosos. De modo que este mundo ideal no se produce per se. A los más idealistas les podríamos decir que quizá se pueda cumplir en el futuro, y que educando a la gente en valores como generosidad para dar y humildad para recibir nos vamos acercando a ella. Pero mientras tanto, y esto es una cuestión para los más pragmáticos, ¿podemos hacer algo?

¿Un mundo menos imperfecto es posible?En nuestros países occidentales quizá hemos llegado a una especie de término medio: el invento se llama Estado de Bienestar o Democracia social-liberal. Se respeta la libertad de mercado y se asume la existencia de un impuesto progresivo sobre la renta que sea la base de los ingresos del Estado y que detraiga de modo eficiente el sobrante a las personas ricas o favorecidas. La Agencia Tributaria Estatal proporciona una masa de dinero suficiente para hacer políticas que favorezcan más a los pobres que a los ricos: la enseñanza gratuita, el sistema de pensiones o la sanidad pública. Además se complementan esas medidas con subvenciones para vivienda, cargas familiares, desempleo, etc., que vayan directa y exclusivamente a paliar necesidades de las capas más desprotegidas de la sociedad. Pero, insistimos, esa corrección se hace (se debe hacer) después de haber dejado en paz a las leyes económicas y haber respetado la libertad de producir y consumir, pues ya vimos que si se hace antes, la tarta no crece y la cosa no funciona. Sin negar la ley de la gravedad, que nos dice que todo tiende a caer, el Estado de Bienestar trata, con los impuestos, que podamos hacer al cohete subir. ¿Estupendo invento entonces los impuestos?
¡Cuidado, sin embargo a los deseosos de encontrar soluciones mágicas! Los impuestos no son la piedra filosofal. No es cierto que a más impuestos todo vaya siempre a mejor. Tampoco es cierto que cuanto menos impuestos, mejor. Se trata de un prudente tanteo. La prudencia es una excelente virtud ética mil veces alabada por los antiguos griegos y romanos, pero resulta también muy apropiada para las decisiones políticas y económicas. Si pongo una panadería en mi pueblo y pago muy pocos impuestos, es decir, casi todo lo que gano me lo quedo yo, quizá haga aumentar mi negocio, el número de trabajadores contratados y la riqueza general. Desde luego también mi propio capital. Pero si en esa misma sociedad sigue habiendo pobres, y no por su voluntad, y esos pobres ni siquiera pueden comprar el pan que yo mismo pongo a la venta, no tendremos una sociedad aceptablemente justa. Por el contrario, si casi todo lo que gano es requisado por el Estado para distribuirlo de forma más igualitaria, es evidente que, quizá con la honrosa excepción de san Francisco y de algún que otro santo bondadoso, no trabajaremos con la misma motivación y eficacia. El resultado esperable será menos panaderías, menos pan y de peor calidad y menos puestos de trabajo creados. Y en un caso extremo, que deje de ser panadero e intente dedicarme a otra cosa. Aunque mis paisanos me reclamen pan.

jueves, mayo 03, 2007

LIBERTAD, RIQUEZA E IGUALDAD



Respetar la libertad económica aumenta la riqueza, pero produce desigualdad.Juan y Pedro abren sendas panaderías. Ambos se ponen manos en la masa y comienzan a producir pan. En este punto no juega ninguna ley económica, sólo la libertad de ofertar. Cualquiera que quiera hacer pan, puede intentarlo. También el comprador es libre para demandar. Cualquiera que vaya a comprar pan, comprará el que más le guste. Pero a partir de que se ponen sus productos a la venta, lo que cabe esperar es que rijan las leyes económicas, independientemente de la voluntad libre de Juan y Pedro. ¿Cuál es ese resultado?
Entremos en detalles. Juan tiene casa propia, es soltero y además tiene algunos millones en el banco. Pedro está casado y tiene cuatro hijos. Además no tiene casa en propiedad ni dinero en el banco. En nuestro ejemplo es así, pero podría ser al contrario.
Resulta que, independientemente de sus respectivas circunstancias vitales, Juan es capaz de hacer más y mejor pan que Pedro al mismo precio. Porque trabaja más, porque es más ingenioso, por un don innato para hacerlo o por las tres cosas a la vez. Entonces la mayoría comprará pan a Juan, y sólo unos pocos lo comprará a Pedro. Por consiguiente Juan, el panadero más rico, ganará más que Pedro, que es más pobre.
En este punto es posible que Pedro intente aumentar su producción y mejorar su producto. Si lo consigue, obligaría inmediatamente a Juan a buscar procedimientos para aumentar su producción, abaratar su pan, mejorarlo o las tres cosas. Pero también es posible que Pedro no consiga su objetivo. No es descartable entonces que Pedro abandone la batalla, opte finalmente por dejar de amasar y cocer pan y piense en dedicarse a otra labor.
Se puede lamentar que la competitividad en un mercado libre lleve a la quiebra de empresas y a la pérdida de puestos de trabajo. Y que los menos aptos en la competencia ganen menos aunque tengan las mismas o más necesidades que cubrir. Pero la competencia también tiene su lado positivo. Todos los panaderos, incluso los peores, se mejoran gracias a la competición, y en este sentido les beneficia a ellos y también a los amantes del buen pan. Además, la competitividad beneficia a los consumidores, pues abarata los productos. Y beneficia a la sociedad en su conjunto, pues aumenta la riqueza general y posibilita la mejora de los productos del mercado: los coches, los ordenadores, etc., cada vez serán mejores además de más asequibles. No se puede negar que estas consecuencias negativas y positivas derivan del principio de libertad y de las leyes de la competencia. Como no se puede negar que desde el balcón caen aromáticas rosas y duros tiestos. Y que la causa de ambas caídas es la ley de la gravedad.

Eliminar la libertad económica puede producir mayor igualdad, pero reduce la riqueza general.Pero, ¿qué tal si desde un Estado intervenimos en todos los aspectos de la economía con el objetivo de fomentar la igualdad entre los ciudadanos sin rebajar la riqueza general? ¿Qué tal si intentamos que todos los panaderos ganen lo mismo que Juan o, siquiera, bastante más que Pedro? Tal propósito se parece demasiado a intentar que sólo caigan rosas desde el balcón, pero ignorando la ley de la gravedad.
Desde un poder estatal podemos hacer que el mejor panadero no produzca más de diez barras al día y que se le permita al peor que fabrique cuarenta. Además podemos también controlar los precios, que las barras de los dos valgan lo mismo. De esta forma se garantiza que ambos venderán su total producción, pues el cálculo estatal ha planificado que no habrá excedentes. Violentando los dos principios de libertad se conseguirá sin duda que Pedro, el panadero peor pero más necesitado, gane tanto o más que Juan que, aunque es mejor panadero, necesita menos dinero para vivir. Pero se reducirá la riqueza general producida.
En nuestro ejemplo se reduce la cantidad de pan y la calidad de éste. Pues probablemente los panaderos no se esforzarán en ser mejores ni en producir por su cuenta más de lo determinado por ley, pues esto supondría trabajar gratis. Este hecho no les beneficia ni a ellos ni a los potenciales compradores de pan. Se conseguirá que la tarta salga repartida de forma más igualitaria, sí. Pero la tarta será menor en tamaño y de peor calidad. Y no es una mera especulación. Los países socialistas han intentado siempre intervenir en la libertad de mercado. Pero a pesar de su férreo control de los mercados (o precisamente por ello), la economía soviética fracasó por ineficiente. La caída del Muro de Berlín ha supuesto la comprobación experimental de que interferir en los principios de libertad y en la competencia lleva inevitablemente a una economía fracasada.
¿Libertad o igualdad?Si respetamos la libertad para ofertar y demandar, el PIB ha de resultar por fuerza mayor, pero mal repartido desde el punto de vista ético. Al panadero excepcional, soltero y además rico, le sobrará dinero, mientras que le faltará al panadero mediocre, sin más capital que su trabajo, casado y cargado de hijos. Sin duda esa situación clama contra el valor de igualdad y debería corregirse o compensarse. Pero si la intentamos corregir absolutamente eliminando la libertad de la oferta y la demanda el resultado es mayor igualdad, pero menor riqueza. Es decir, todos somos más iguales, pero menos libres y más pobres. La igualación no se produce por arriba, sino por abajo. ¿Qué hacer entonces?

miércoles, abril 25, 2007

LA ECONOMIA ES CIENCIA

La ciencia económica se ocupa de precios, inflación, producción, coste, etc. Pero todas estas actividades están involucradas directamente con el hombre. Y el hombre es un ser libre. La ciencia económica es una ciencia humana, como la sociología o la psicología, y no una ciencia natural como la física o la química. Justo por eso las previsiones de la ciencia económica tienen un grado de fiabilidad menor que las previsiones de la física o la química.No obstante, la observación sistemática de nuestras decisiones pasadas proporciona una enorme información que puede ser procesada, y descubrir así regularidades estadísticas en la conducta económica de los grupos humanos. Estudiando detalladamente estas estadísticas se pueden descubrir leyes. Es posible construir curvas de oferta y demanda de los diversos mercados, hacer previsiones sobre precios, planificar estrategias, etc., y acertar con un aceptable margen de error. La estadística no tiene por qué devaluar la ciencia. La física es más precisa que la economía en sus predicciones, y sin embargo también ella utiliza la estadística para elaborar leyes que rigen el comportamiento de un grupo de electrones. Por tanto, que seamos libres es compatible con la existencia de una ciencia económica suficientemente eficaz.
De modo que podemos decidir producir o no tal cosa. Y consumir o no tal otra. Pero si nos decidimos a producir y consumir lo que ocurre a continuación no depende enteramente de nuestra voluntad. Existen leyes de la oferta y la demanda que se ocupan de ello.
No podemos esperar de estas leyes económicas la realización automática de ideales de igualdad o de justicia, sino el cumplimiento de determinismos causales que nada saben de valores o antivalores. La economía, en la medida en que está inmersa en la naturaleza causal, es ciega a los valores. Pero si intervenimos con la buena intención de crear un mundo más justo no podemos desconocer estas leyes o actuar como si no existieran. La voluntad de mejorar el mundo y el conocimiento de las leyes que lo rigen deben ir juntas para que la acción sea efectiva.
A menudo quien presume de buena voluntad se niega a conocer las leyes económicas y a menudo quien insiste en que estas leyes se conozcan y se tengan en cuenta es acusado de carecer de una buena voluntad para mejorar el mundo. El origen de este rifirrafe tiene quizá profundas raíces psicológicas que sería interesante analizar, pero de momento lo dejamos para otra ocasión.
Traslademos la cuestión a la física. La ley de la gravedad no es buena ni es mala, solamente es. A veces me puede parecer buena si mi novia deja caer una rosa desde el balcón hasta mis manos el día de mi cumpleaños. Otras veces me puede parecer mala, si lo que me cae es un tiesto que me manda al hospital. Lo que es absolutamente absurdo es pegarse con la ley. Negarla. O no admitir que a veces la ley misma, sin intervención alguna, produce buenas consecuencias, como cuando mi novia deja caer la rosa desde el balcón. O decir que el que se esfuerza por dar a conocer la ley de la gravedad lo que quiere en el fondo es que caigan tiestos en las cabezas de los viandantes. Si pretendo con gran voluntad fabricar un cohete que me lleve a la Luna, negar la gravedad no me hace más bondadoso o malvado, solo me hace menos eficaz para alcanzar mi propósito. Una gran y buena voluntad no basta para alunizar. Hace falta también conocer las leyes físicas y contar con ellas. Incluso para ir en su contra si fuese necesario. La ley de la gravedad me dice que todo cae, pero el ingeniero aeronáutico logra que el cohete suba.

domingo, marzo 04, 2007

JAVIER ORTIZ Y LA EXCARCELACIÓN DE DE JUANA

El comentarista Javier Ortiz escribió el dos de marzo del 2007 un artículo interesante. Retomo el artículo porque lo considero representativo de la actitud de muchos ciudadanos. Más allá del señor Ortiz, intento responder a todos los que piensan de modo parecido a él. Entre ellos, algunos de mis más queridos amigos. A continuación, reproduzco el artículo de Javier Ortiz y, puesto que lo plantea en forma de preguntas retóricas y respuestas, me permito la libertad de glosarlo oportunamente. Espero que, si el señor Ortiz llega a leerlo, no le moleste que desmenuce su escrito. No obstante, si le molesta y me lo comunica, por supuesto que presentaré mi crítica de un modo más ortodoxo. El artículo también es un genero literario que hay que respetar. Comunico a mis lectores que intentaré mandar mi respuesta a El Mundo; o al propio señor Ortiz, si tiene un blog propio y lo localizo en Internet. Pero dudo que en El Mundo sea publicada. De modo que, al menos, lo lanzo al océano de la red como si de un mensaje en una botella se tratara.
El artículo de Javier Ortiz se titula: PREGUNTAS Y RESPUESTAS.
Lo que está escrito en cursiva y con un tamaño diferente son mis particulares preguntas y respuestas. Un saludo a todos.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS
Pregunta.– La medida adoptada ayer por el Gobierno con respecto a la situación penitenciara de De Juana, ¿es la cesión a un chantaje de ETA?
Respuesta.– No «de ETA», para empezar. De Juana inició su huelga de hambre por iniciativa propia, sin pedir opinión a la dirección de ETA, que probablemente le habría desaconsejado hacerla. La organización terrorista no tenía ningún motivo para dar tanto protagonismo a De Juana. Tampoco veía que se tratara de plantear en esos términos la acción reivindicativa de los presos.
Con su decisión de ponerse en huelga de hambre, De Juana situó a ambas partes –al Gobierno y a ETA– ante una situación muy difícil de gestionar. Otra cosa es que, tal como han evolucionado los acontecimientos, ETA haya acabado sacando partido propagandístico de ellos, lo que parece indudable.

¿No de ETA? ¿Quién es ETA? ¿Una abstracción? De Juana es uno de los dirigentes históricos de ETA. De Juana es ETA. No es un mero militante, no es un mero simpatizante. La huelga de hambre de De Juana es, además, en beneficio de ETA. Si se muere, hacen de él un mártir, si se sale con la suya, hacen de él un héroe. Si un dirigente de ETA toma una decisión que más allá de beneficiarle (si se muere, no le beneficia), beneficia o muy previsiblemente va a dar beneficios a ETA, la huelga de hambre es una decisión de ETA y busca beneficios políticos. En cualquier caso, pecata minuta. ¿Y qué si no es de ETA? ¿Y qué si es ”sólo” de un representativo dirigente histórico de ETA que además es uno de los mayores asesinos terroristas? ¿Varía esto mucho la cuestión?

Pregunta.– ¿Pero el Gobierno ha cedido o no ha cedido a un chantaje?
Respuesta.– Cuando se habla de chantaje, se da por supuesto que al chantajeado se le está planteando que, si quiere evitar el mal con el que se le amenaza, ha de hacer algo impropio, si es que no ilegal. No es el caso. El Gobierno de Zapatero ha actuado en este caso de modo perfectamente legal, puesto que la solución que ha elegido entraba dentro de sus atribuciones y ha contado con el aval del juez encargado del caso.

Aquí tiene usted un lapsus interesante. El que somete a chantaje a alguien le exige a éste que haga “algo impropio, si es que no ilegal”. Luego, se olvida usted de lo impropio y se queda sólo con lo ilegal. Tras esta argucia, construye su argumento.
Pues bien, es impropio dar beneficios penitenciarios a un preso que no se ha arrepentido de asesinar a decenas de personas, que brinda por los crímenes de sus correligionarios y que desafía al Gobierno. Con la ley en la mano, también se podría haber decidido lo contrario: no darle ningún beneficio penitenciario. A muchos nos parece que esta decisión hubiese sido más propia. Y seguiría siendo legal. Desde luego, es legal dar beneficios penitenciarios, pero es impropio darlos a quien no se lo merece en absoluto. Como así ha sido; indudablemente se ha cedido a un chantaje.
Si los beneficios se los han dado a De Juana, deberían dárselos a todos: a violadores múltiples no arrepentidos y a asesinos de ancianas que no renuncian a asesinar ni piden perdón a sus victimas. Por otro lado, a veces los beneficios se obtienen por buen comportamiento carcelario. En fin, ponerse en huelga de hambre, además de otras chulerías que hemos ido conociendo día a día de su estancia en el hospital, no es un comportamiento ejemplar. De modo que a todos los presos que mantienen una huelga de hambre se les debería dar desde ahora beneficios penitenciarios, pues la huelga de hambre pasa a ser un buen comportamiento merecedor de premio.


Se trata, pues, de una decisión conforme a Derecho. Otra cosa es que pueda considerarse políticamente incorrecta, e incluso incorrectísima. Eso ya depende de los planteamientos y los deseos del que opina.

El gobierno justifica su legal decisión por causas humanitarias. Escandalosa justificación, tanto más cuando Zapatero propuso un pacto con el PP donde se dictaba que a un preso por terrorismo se le aplicará la ley en el sentido menos benevolente.
Si convenimos en que es una decisión legal, pero impropia; entonces es una decisión fundamentalmente política. Una voluntad política la ha posibilitado. El juez la toma a instancias del ministro del interior, y éste, explícitamente, asume la responsabilidad política.
Me sorprende usted, señor Ortiz. Tan frío y tan analítico en este escrito. Con la guerra de Irak creo que se subía por las paredes y, desde luego, no obviaba el juicio moral de tal decisión.
Se nos ha vuelto muy aséptico. El moralista señor Ortiz se nos vuelve amoral y maquiavélico. De modo que es una decisión política y, como es legal, pues nada que decir. En política el fin justifica las medios. Ya veremos si tiene buenos resultados en el futuro. ¿No? La guerra de Irak también era una decisión política que además era conforme a derecho, pero a usted le parecía impropia. Y por eso la criticaba. En fin, no recuerdo ningún artículo suyo sobre aquella guerra que tuviese un talante tan distante y frío como el presente. En sus comentarios políticos suelen aflorar apreciaciones de carácter ético, y eso le honra (puedo equivocarme, no leo todos sus artículos). ¿Por qué en éste no? Perdóneme el atrevimiento, pero ¿tendría la deferencia de contestar a estas preguntas?:
Primera cuestión moral: ¿le parece la decisión digna, honrosa, buena, correcta? En cualquier caso, ¿podría razonar por qué?
Primera cuestión política: ¿le parece la decisión oportuna, cree sinceramente que el hecho a corto, medio o largo plazo será beneficiosa para la sociedad? Y, en cualquier caso, ¿en qué se basa? Ya sé que no lo sabe. Nadie adivina el futuro, pero le pregunto por su opinión. Por
doxa y no por episteme, seguro que una persona tan culta como usted no desconoce esta distinción tan platónica y clarificadora. La doxa no tiene la necesidad de ser verdadera. No tenga pues miedo a equivocarse. Opinar es un derecho ciudadano. Y en un comentarista político, casi un deber. Y la opinión de un señor tan inteligente como usted, basada en razonamientos y datos, nos interesa sobremanera a todos los ciudadanos que también tenemos opinión, y que es susceptible de modificarse tras escuchar o leer las opiniones de otros ciudadanos. Eso es la democracia. La conversación pública en el ágora. ¿Renuncia usted a su condición de ciudadano?
Segunda cuestión moral: puesto que parece tener claro que la decisión es política (si usted cree que la decisión del gobierno es realmente por motivos humanitarios y/o que De Juana se merecía los beneficios penitenciarios que le han sido concedidos, no tiene que responder a esta pregunta, claro), ¿le parece admisible que se justifique con argumentos morales, apelando a cuestiones humanitarias? ¿No se llama a esto mentira?, ¿no se llama a esta mentira hipocresía?, ¿y dado que es tan evidente la mentira, no es más bien cinismo? Creo recordar, rectifíqueme si me equivoco, que esto mismo en Bush o en Aznar le parecía a usted intolerable. Nada hay más odioso para un jacobino que la hipocresía. Robespierre cortó muchas cabezas en nombre de la virtud. ¿Ha desertado usted de su talante jacobino? En fin, ya sé que no cortaría usted ninguna cabeza. Pero le supongo con cierto apego a la virtud ciudadana, y virtud es un término moral.
Perdone usted el tono colegial con el que le planteo las cuestiones. Es deformación profesional. Pero estoy seguro que sus numerosos lectores están ávidos de que su pluma destile las respuestas planteadas. Hágalo, se lo agradeceremos. Si deja el examen en blanco nos disgustaremos muchísimo, pero no se preocupe, no le castigaré con copiar trescientas veces la frase pertinente.


Zapatero se encontraba en una situación pésima, obligado a elegir entre dos males. Podía optar por dejarlo todo tal cual, resignándose a la posibilidad de que De Juana muriera, tal como hicieron en su día Felipe González y Margaret Thatcher. (Por cierto: algunos deberían recordar lo que dijeron de Felipe González en 1990, cuando no impidió que el preso de los GRAPO José Manuel Sevillano muriera tras una muy prolongada huelga de hambre.)
La otra posibilidad que tenía Zapatero, que es por la que finalmente se ha inclinado, comportaba también notables inconvenientes. Él ha considerado que menores.

Ningún Estado de derecho ha cedido con una conducta tan manifiestamente “impropia” ante la huelga de hambre de un asesino sin arrepentir. Ninguno, que yo sepa. En cuanto a las críticas que tuvo González. En fin, siempre hay y habrá alguien que critique una decisión política. Y qué. Este hecho no aporta nada. Humo. Mero ruido que envuelve su comedido artículo.
Pregunta.– ¿Hubiera podido el presidente del Gobierno escapar de este avispero?
Respuesta.– Sí, aunque sólo en parte. Recordemos que todo este penoso episodio se inició cuando se supo que De Juana, en aplicación del Código Penal anterior, había cumplido ya su condena por 25 asesinatos e iba a quedar en libertad. El entonces ministro de Justicia, López Aguilar, aseguró que había que evitar como fuera que eso sucediera, para lo cual estaba dispuesto –dijo– a «construir nuevas imputaciones» ad hoc. Es lo que se hizo, forzando el procesamiento de De Juana por dos artículos publicados en Gara.
O sea: para evitar una reacción adversa del PP y de determinados sectores de la opinión pública hostiles por principio a la excarcelación de De Juana, se realizara por las razones y en las condiciones que fuera, el Gobierno inició un camino de irregularidades jurídicas que lo único que ha hecho es devolverle al punto de partida, sólo que un año después y en peores condiciones.
Es una piedra en la que este Gobierno no para de tropezar desde 2004: una y otra vez, evita tomar determinadas decisiones por miedo a la reacción airada de la derecha, sin asimilar que la derecha le va a poner el grito en el cielo en todo caso, haga lo que haga, tome esas decisiones, otras o ninguna.

Vaya por Dios. No se pone el acento en la incompetencia del gobierno sino en las reacciones del PP. Casi, casi, se justifica el presunto miedo del gobierno (pobrecito gobierno), por la terrible respuesta de la derecha. La derecha es responsable de sus incorrectas acciones políticas cuando gobierna, y la derecha es también responsable de los errores del gobierno cuando está en la oposición. Ya sé. Usted no dice eso explícitamente. Tanto peor, lo sugiere. El análisis se torna aquí demasiado falto de rigor. Un medido falto de rigor. Un juicio de intenciones “impropio” del presunto carácter analítico del artículo que nos regala, señor Ortiz. Me recuerda al discurso que Shakespeare pone en boca de Marco Antonio ante el pueblo de Roma, tras el asesinato de Cesar: Cesar esto y lo otro, sin embargo Bruto dice que Cesar era un tirano peligroso, y Bruto es, sin duda, un hombre honrado. El discurso de Marco Antonio es el paradigma del discurso político manipulador y demagógico. Por cierto, tras el discurso, comenzó la guerra.
Los artículos de De Juana, nada de nada. Simples amenazas. Un terrorista confeso y no arrepentido que tiene en su haber más de veinte asesinatos y que es un dirigente de una banda mafiosa, cuando hace una amenaza grave, ¿no es una amenaza terrorista? La amenaza terrorista es un delito mayor. Si eso no es una amenaza terrorista, ¿qué lo es? Un alumno llama al instituto diciendo que hay una bomba. Descubierto, declara que lo hizo porque no quería hacer el examen de matemáticas. ¿Hizo una amenaza terrorista? ¿Cabe juzgarle por amenaza terrorista? En fin, cariñosamente, le mando deberes: defíname qué es una amenaza terrorista.

Pregunta.– ¿Es ésta, como se está diciendo, la primera vez que un Gobierno democrático se inclina ante el chantaje de ETA?
Respuesta.– Ya he dicho antes que no creo que pueda hablarse en este caso de rendición ante un chantaje. Pero, aunque cupiera calificarlo así, no sería tampoco la primera vez que sucede. ¿Es que aquí ya nadie recuerda que el Gobierno de Adolfo Suárez pagó en 1979 el rescate de 200 millones de pesetas que ETA exigía para poner en libertad al secuestrado Javier Rupérez? Según se filtró después, el pago se hizo con cargo a los presupuestos de RTVE. Es decir, que el Gobierno de España entregó a ETA dinero público. ¡Eso sí que fue ceder a una extorsión, en el sentido más literal del término!

Es la primera vez que un gobierno democrático cede ante un chantaje de un terrorista encerrado en prisión que se somete a una huelga de hambre. Y que con su conducta está esperando, no dinero, sino beneficios políticos para la causa que defiende.

Pero no pidamos ni rigor intelectual ni respeto por los hechos a quienes ya han demostrado su irrefrenable tendencia a «construir imputaciones». También contra Zapatero. Digo mal: sobre todo contra Zapatero.
A Zapatero le tratan muy mal, claro. Pero a usted no le dolían prendas a la hora de juzgar moralmente a Aznar. En fin, creo que se le ve el plumerillo, señor Ortiz.

domingo, enero 07, 2007

CONFESIONES DE UN ASESINO (o de la paranoia vasca)

El periodista de Der Spiegel Erwin Koch buscó mucho tiempo sin resultado al etarra Kandido Aspiazu. Al fin, contactó desde Alemania con la viuda de Ramón Baglietto, quien le dio la dirección del asesino de su marido. Así fue como Koch logró hablar con el etarra que en 1980 mató a tiros al hombre que un día le salvó la vida .El País ofrece un extracto de la entrevista. En uno de sus comentarios el Filósofo Impaciente me recomendó su lectura. Me tomo la libertad de publicarla en este blog, que también es el vuestro. La entrevista no tiene desperdicio. (tomada del foro incluido en esta página:http://www.plazabohemia.com/ )
El hombre mira sus manos, la derecha acaricia la izquierda, casi turbado; el hombre calla. Bebemos en unas tacitas con bordes dorados sobre platitos de bordes dorados. Es verano y de noche en el pueblo de Azkoitia, y el hombre, de 41 años, está sentado debajo de la foto de boda de sus padres. El sudor aflora por su piel.
—Yo no soy un asesino.
—Pero usted ha matado.
—Porque tenía que hacerse —dice Kandido Azpiazu desde su sofá rojo— ¿Lo entiendes? ¿Nos llamamos de tú?
María Nieves Beristain y su marido, José Azpiazu, que era carpintero, pusieron a su segundo hijo el nombre de Kandido. Y en la calle en la que comenzó a gatear vivía El Pintor, un señor agradable. Su nombre era Ramón Baglietto.
—¿Le conocías?
—Sí —dice.
—¿Sabías lo que había hecho?
Baglietto estaba delante de su tienda. Era 21 de septiembre de 1962, un viernes. Baglietto estaba aburrido. Vio cómo María Nieves, la mujer del carpintero Azpiazu, cruzaba con sus dos hijos la avenida de Calvo Sotelo, que hoy se llama Xabier Munibe kalea. El mayor, José Manuel, tenía dos años; el menor, Kandido, 11 meses y un día. A uno lo llevaba la mujer de la mano; al otro, en sus brazos. Eran las cuatro de una tarde clara y calurosa. Entonces al mayor se le fue la pelota que llevaba en las manos y fue rodando hasta la carretera; el pequeño salió detrás. Y luego se oyó el estrépito de un camión que se acercaba. María Nieves chilló, salió corriendo. Ramón Baglietto, que sin motivo alguno se encontraba al borde de la calzada, le arrancó al pequeño Kandido de los brazos, que todavía no sabía andar. La mujer siguió corriendo para salvar a su primogénito, tropezó y cayó debajo del camión. Quedó sin vida junto a su hijo muerto, José Manuel. Pero Kandido, abrazado por un desconocido, no llora. Baglietto se agacha hacia María Nieves Beristain, de 30 años, que nunca había abandonado su pueblo de Azkoitia, le aprieta en la mano un pequeño crucifijo que siempre llevaba consigo El Pintor, prometido de María Pilar, la hija del viejo Elías, propietario de la única gasolinera en la carretera que va hacia Elgóibar.
—No —dice el hombre—, yo no me acuerdo de mi madre.
—Pero ¿tú sabías que Ramón Baglietto te había salvado la vida?
—Mi padre nunca me lo contó.
Azpiazu añade:
—Padre se casó por segunda vez. Éramos una familia pobre normal, éramos muy normales.

—¿Se hablaba de política?
—Raramente. Cuando se hablaba me hacían salir de la habitación.
—Tu padre ¿odiaba o quería al general Franco?
—Padre sólo conocía una frase: con la política no se sacia el hambre.
Kandido Azpiazu tenía casi siete años de edad cuando ETA mató por primera vez.
—De niño ¿te golpeó alguna vez un policía?
—No.
—¿Pegó alguna vez un policía a tu padre?
—No.
—¿Cómo te convertiste en asesino?
—Yo no soy un asesino.
—Has matado.
—Por necesidad histórica —el hombre agita sus grandes manos—, por responsabilidad ante el pueblo vasco, que es magnífico, que tiene una magnífica cultura, que habla una de las lenguas más antiguas de Europa, que nunca fue vencido por los romanos, ni por los visigodos, ni por los árabes. Un pueblo muy distinto al de los españoles.
—Kandido, el País Vasco nunca fue independiente, nunca fue un Estado. Y el País Vasco es bilingüe desde hace muchos siglos.
—Los vascos, estábamos aquí antes que nadie.
—Kandido, tan sólo una cuarta parte de las personas que viven en el País Vasco dominan el vasco, sólo una décima parte lo utiliza.
—A mí me torturaron —dice Azpiazu— con descargas eléctricas; los españoles me sujetaron la cabeza debajo del agua, casi hasta ahogarme; me introdujeron una bolsa de plástico por la cara hasta casi estrangularme.
—¿Cuándo ocurrió eso?
—Después de mi detención.
—¿Qué fue lo más bonito de tu infancia?
—Todo era bonito. Era bonito mirar a mi padre mientras trabajaba. Él me hizo a mí carpintero. Y era bonita esa sensación de ser vasco. Desde que tengo uso de razón he luchado por la independencia de los vascos.
Kandido Azpiazu, que entretanto había cumplido 15 años, conocía la cólera de su padre, que solo quería la tranquilidad y la madera, y, por ello, cuando el muchacho se escabullía para las citas secretas con los abertzales siempre inventaba nuevas mentiras.
—Uno siempre era consciente —dice Azpiazu— de que algún día haríamos lo que después realmente hicimos. Era un largo proceso. Uno no se dice de repente: 'Hoy me convierto en autor de atentados', ¿entiendes?, ¿entiendes? Uno madura hasta que...Ahora se calla, se restriega la cara con la mano izquierda.
—Cómo era la lucha en aquel entonces?
—Yo colgaba la ikurriña, que estaba prohibida, en las farolas, escribía pintadas en los muros, me arriesgaba a ir a la cárcel, alborotaba y gritaba contra el Estado español.
Luego, con 16 años, Kandido quiso entrar en la organización. Quiso hacerse un gudari.
—Fue la voluntad del pueblo la que me llevó hasta ETA.
—¿Aprendiste a disparar?El hombre sonríe, se pone tenso, se desliza en el sofá.
—Pregunta otra cosa.
—¿Visitas con frecuencia el cementerio?
—Sí.
—¿La tumba de tu madre?
—Sí.
—¿También la de Baglietto?
Al terminar la escuela, Kandido Azpiazu trabajaba en una pequeña tienda de maderas en Azpeitia; en el taller de su padre no había trabajo para un segundo carpintero. Franco estaba muerto y había pasado a la historia.
El nuevo Gobierno soltó a los terroristas presos en las cárceles, casi 600, y permitió a los vascos colgar su bandera por las calles. El 25 de octubre de 1979, votaban la aceptación de un estatuto de autonomía que el Estado de los españoles estaba dispuesto a concederles. Kandido Azpiazu acababa de cumplir los 18 años. Sin embargo, ETA y su prolongación en los ayuntamientos, HB, llamaron a la abstención. De entre aquellos que no se dejaron arredrar (60% de los que tenían derecho a voto), un 90% ratificó la propuesta.

—Ese estatuto —refunfuña Azpiazu— no puede paralizar nuestra voluntad.
—Ese estatuto, Kandido, os permite a vosotros, los vascos, tener vuestra propia lengua, una administración propia, policía propia, periódicos propios, estaciones de televisión, universidades y escuelas, que están subvencionados por Madrid.
—Ese estatuto —dice el hombre— sirve al Estado español para dividirnos y esclavizarmos. Ese estatuto no nos puede detener.
—¿Qué es lo que quieres?
—Independencia.
—¿De quién?
Gira su cabeza mirando al vacío.Era abril de 1980 cuando Kandido Azpiazu, el tímido comerciante de maderas, recibió de sus dirigentes la orden de matar.

—¿Te asustaste?
—Nosotros no sentimos el deseo de matar.
—¿No te pudiste negar?
—No quise.Ahora se revuelve en su sofá, su cara está blanca y tensa, Azpiazu tiembla. Dice:—Ese momento... Ese momento fue duro.
—¿Tuviste miedo?
—No. Uno estaba preparado para entregar su vida.
—¿Conocías a la persona?
—Sí.
—¿Sabías que él te había salvado la vida en otro momento?

—Mi padre nunca me lo dijo, nadie me lo dijo.
—¿Y si lo hubieras sabido?
—¿Qué quieres? Si lo hubiera sabido... Tuvo que ser así.
—¿Por qué?
—Ese hombre formaba parte del aparato opresor, era conocido de Marcelino Oreja, el entonces ministro de Asuntos Exteriores del Estado español.
—¿Y eso bastaba?
—La decisión vino de arriba.
—Era un vasco como tú.

Durante un mes entero, cada mañana, cada tarde, Kandido Azpiazu y dos ayudantes más estuvieron observando los movimientos de Ramón Baglietto, en otro tiempo teniente de alcalde y entonces miembro de UCD.
—¿Cómo le mataste?El hombre mira sus manos grandes y se sube los calcetines. Calla, tiembla. Se pone la mano en la cara.
—Una acción armada no se hace con globos. Lo que ocurrió fue la acción de un miembro consecuente... Nada más.
—¿Te arrepientes?
—Tuvo que ser así —dice Kandido Azpiazu bajo y claro—. Uno no se sentía orgulloso de ello, no se sentía ni odio ni alegría.Las lágrimas brillan en sus ojos grises.
—¿Estás orgulloso de tu vida?
—No.
—¿Sigues estando con ellos [con ETA]?
El hombre busca las palabras.
—No —dice.
—¿Por qué no?
—Porque... Es que... No es que uno renuncie a sus objetivos, ¿entiendes? Es quizá que se finalice un capítulo, pero no el libro.
—¿No tienes ningún contacto con ETA?
—Pregunta otra cosa.
—¿Es verdad que la mujer de Baglietto, María Pilar Elías, se metió en política después de la muerte de su marido y actualmente es concejala en Azkoitia, la única representante del PP?
—Sí.
—¿Y que hace dos años encontró una bomba en su cajetín de correos?
Azpiazu sonríe.
—Pero no explotó, responde.
—¿Ves a veces a la viuda cuando pasa por el pueblo con sus guardaespaldas?
—De vez en cuando.
—¿Y qué sientes?
—Nada. Ella tiene su vida y yo la mía.
—Pero, ¿cómo es que te han puesto ya en libertad al cabo de 12 años?
El hombre suda.
—Bueno... entonces... había la posibilidad... el Gobierno del Estado español... el Gobierno socialista... se daba la posibilidad de que te liberaran antes ...
—¿Firmaste que no ejercerías nunca más la violencia?
—Yo no revelé nada —dice el hombre.Gira la cabeza hacia la ventana, la vergüenza se refleja en sus ojos.—¿Que si todavía sueño con eso? —dice.
El hombre mira sus manos, casi turbado; luego, las tacitas de bordes dorados.
—¿Otro cafetito? —pregunta.
Erwin Koch